lunes, 17 de julio de 2017

FELICIDAD EMPIEZA POR A



Y el tiempo se paró. Escuché un suave llanto y al girar la cabeza, tumbada sobre la mesa de quirófano, pude ver unos bracitos que no paraban de moverse mientras la pediatra hacía la  primera exploración. “ ¡Qué niña más hermosa!” dijo. La envolvieron en una manta y me la pusieron en el pecho. Allí estaba, con sus ojos oscuros muy abiertos mirándolo todo. Amanda había nacido y yo me había convertido en mamá. Aun no había interiorizado lo que esto suponía, solo sentí que me invadía una sensación nueva e indescriptible de paz y plenitud que nunca había experimentado.
 
Cerré los ojos y no pude evitar rememorar, todo el esfuerzo de meses atrás para hacer realidad un anhelo que hizo que tomase la determinación de ahora o nunca. Cuando tomé la firme decisión de ser mamá, lo hice bajo una máxima, no quería reprocharme, el día de mañana, no haberlo intentado. Sopesar la dependencia absoluta de un hijo frente a la libertad que por entonces disfrutaba fue complicado. Dos cosas que eran incompatibles. Poder vivir una vida sin ninguna atadura ni responsabilidad o sacrificar la libertad para hacer y deshacer sin tener que rendir cuentas  y disponer de mi tiempo a mi antojo . Y entonces recordé aquella frase de un precioso poema de Luis Cernuda “ libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oir sin escalofrío. Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina...” ¿Para qué quería tanta libertad?  Decidí que un exceso de libertad no me haría tan feliz como el hecho de tener un hijo.

Ahí empezaron las pruebas,  las dificultades y las decisiones.  Asumes que esto es una carrera de fondo en el que uno no puede quemarse en la primera prueba, sino que todo ha de hacerse por etapas. No vislumbrar el fin, sino concluir satisfactoriamente cada etapa. También entendí que si finalmente no lo conseguía, cerraría una etapa y empezaría otra, la de disfrutar la vida hasta mi último aliento y ser feliz. Esto último ya lo había conseguido. Me costó asumir que para ser feliz solo hacía falta estar en paz con uno mismo y con los demás. Sin rencores. Perdoné a muchas personas de mi pasado, a mi misma y asumí mis defectos y virtudes. Si quería ser madre, mi hijo/a merecía una madre feliz, porque ¿ cómo puedes hacer feliz a los demás si tú misma no lo eres?.


El 11 de Octubre el médico me confirmó que el resultado era positivo. No podía tener tanta suerte que en el primer intento, lo hubiera conseguido. Pero el camino no fue fácil, no lo era desde el punto y momento en el que tienes que tomar 6 pastillas al día y pincharte una inyección diaria durante 3 meses. No lo es cuando tienes una amenaza de aborto y piensas que no sigue adelante. Es una montaña rusa de emociones que desestabilizan y a veces quieres rendirte. Pero mi hija quería nacer y se aferró a la vida. “Quédate conmigo, si tú peleas, yo peleo”. Y sí, quería quedarse. Nunca olvidaré la imagen en aquel monitor, cuando pensé que la había perdido, un puntito brillante en medio de la oscuridad y escuchar su corazón a mil por hora. Supe que ella quería vivir y yo haría lo que hiciera falta para que así fuera. Durante el mes de reposo, sin apenas moverme, había momentos en los que aun dudaba, y entre el tratamiento, las náuseas continuas, pensé que no llegaría hasta final de la etapa. Pero no, cada día que pasaba, era un día ganado, mi hija se afianzaba y el hematoma uterino desapareció.  Pero las dificultades no habían concluido. Un desabastecimiento de estrógenos puso en riesgo la continuidad del tratamiento. Y es cuando mis amigos se movilizaron para buscar las pastillas por Galicia, Madrid y Valencia. La “patrulla Progynova” buscó por todas las farmacias los stocks de unas pastillas que no se repondrían hasta finales de Noviembre. Me hacían falta 11 cajas para cubrir al trimestre obligado. Y se consiguieron. Mi hija es también un poco la hija de todos ellos, porque garantizaron que se asentase en esos 3 primeros meses de riesgo.  Nunca podré agradecerles lo suficiente la ayuda y esfuerzo porque esta niña esté hoy en mis brazos.

Han sido 9 meses duros, pero el fin mereció la pena. Un amigo me preguntó, hace algún tiempo, que por qué quería ser mamá. Y yo le contesté que porque tenía mucho amor que dar y qué mejor que dárselo a un hijo. Ahora que la tengo, después de un día agotador de biberones, pañales, chupetes, cólicos…y vuelta a empezar, de no dormir o hacerlo en posturas inverosímiles dignas de un contorsionista a horas extrañas e intempestivas, de llevar un mes en la misma página de un libro porque es imposible continuar con la página siguiente ya que demanda atención continua, a punto de caer exhausta sobre la cama, echo un último vistazo a la cuna, la miro, ella me mira mientras me sonríe y entiendo que ella es la razón de todas mis razones. La razón para intentar ser mejor persona cada día, por luchar por lo que creo justo, por dejarle un mundo mejor, por intentar que sea feliz hasta donde yo pueda llegar y esté en mi mano.  Mirar a mi hija es ver en sus ojos la curiosidad por la vida, por lo que nos rodea, ver el lado bueno de las cosas, de las personas. Mi pequeña Amanda, la que merece ser amada, sin duda lo es por todos los que la rodean. La niña de las estrellas, la estrella que ha dado luz a mi vida, que me guiará y a la que guiaré hasta el fin de mis días. 
Felicidad empieza por A, sin dudarlo.



domingo, 29 de enero de 2017

LA MUJER DE LA LIBRETA ROJA


Hay libros que lees por casualidad. Y éste es uno de ellos. Mi madre fue a comprar un libro y escuchó a la dependiente recomendarle a una cliente “ La mujer de la libreta roja” de Antoine Laurain.  Así que lo compró y me lo regaló por Reyes.  Es un libro romántico, de esos que te dejan buen sabor de boca, pero sobre todo es un libro lleno de sentimientos, miedos, anhelos, pensamientos. Un librero, exbanquero que tuvo la valentía de dejar aquello que no le satisfacía y cambiar de vida, se encuentra casualmente, encima de un cubo de basura, un bolso. Y se empecina en buscar a su dueña.  En el bolso no hay ninguna cartera ni dato, a priori, para poder identificarla, pero es un bolso lleno de recuerdos, de cosas personales…y una libreta roja donde escribe pensamientos, inconexos, sobre aquello que le gusta, no le gusta o le da miedo. Como si de un rompecabezas se tratase, intenta descubrir su personalidad. Alguna foto antigua, un llavero con un extraño jeroglífico, un prendedor de pelo… aglutina un pequeño retazo de vida como si ésta estuviese retenida en una bolsa de piel. Ella, tras sufrir el atraco, convalece varios días en el hospital inconsciente, recuperándose de una pequeña conmoción, lamentando, al despertar, la pérdida de aquellas pertenencias tan queridas que siempre la acompañan.  Pero lo que parece una sencilla historia tiene como trasfondo el ambiente parisino, sus terrazas, un toque bohemio y lleno de romanticismo, dos personas que están perdidas, solas, y que vagan por la ciudad sin más objetivo que el cumplir sus respectivas rutinas una y otra vez hasta que un hecho fortuito cambia su existencia y le da cierto sentido. ¿ Es posible conocer a una persona por sus objetos personales, sus fotografías, sus angustias escritas telegráficamente en una libreta, la dedicatoria de un libro?.

 La protagonista apunta en su libreta roja “me gusta la idea de que un hombre se haya esforzado tanto para encontrarme ( nadie se había esforzado tanto por mí nunca)”. Esto podría ser una queja o un reproche, pero simplemente demuestra que nunca se ha sentido, de verdad, querida por sus parejas. Creemos conocer a las personas y sin embargo, si somos un poco sinceros y hacemos algo de introspección, reconoceremos que muchas veces no conocemos del todo los gustos, anhelos, deseos… de nuestra pareja. Lo interesante del libro es el esfuerzo por conocer al otro, por saber quién es a través de sus aficiones, lecturas, fotos, pensamientos…por no tener más datos que sería lo fácil y no supondría esfuerzo alguno. Y ahí está el quid de todo esto, lo solos que estamos y lo poco que nos molestamos por conocer de verdad a las personas. 

Como no quiero desgranar más la historia por si alguien quiere leerlo, solo mencionaré la frase final de la película “El exótico Hotel Marigold” que me parece muy acertada para resumir este libro:

“ Es cierto que la persona que no arriesga nada, no consigue nada, no tiene nada, lo único que sabemos del futuro es que será distinto, pero quizá nuestro temor es que todo siga siendo igual, por eso debemos celebrar los cambios, porque como dijo alguien otra vez, al final todo saldrá bien, y si no sale bien, es que aun no es el final”.




martes, 27 de diciembre de 2016

¡QUE BELLO ES VIVIR!

Hace 3 años empecé a escribir este blog. Tuve un blog anterior, que me sirvió de mucho en un determinado momento, pero cuando falleció mi padre entendí que necesitaba empezar de nuevo, incluyendo  nuevo blog, como el que empieza nueva libreta, nuevo diario, nueva vida porque ya nada podría ser igual. Mi amiga Pili me dijo una vez que empezó a escribir su blog por la imperiosa necesidad de decirle a su madre lo mucho que la quería. Supongo que yo también necesitaba decirle a mi padre lo mucho que le quería, la conversación pendiente que nunca se produjo, aunque mi motivo fue más egoísta. Fue la incapacidad de superar un acontecimiento que no por no esperado, me sorprendió porque siempre mantuve cierta esperanza de que no ocurriese el fatal desenlace. El autoengaño ante lo que se avecina y que puede producirte tanto dolor te deja en un estado de shock tal que eres incapaz de verbalizar tus pensamientos, sentimientos, llegando a psicosomatizar enfermedades que no son tales. Transcurrido el tiempo, que es la mejor cura para el dolor y las heridas, entendí que la obligación de los que quedamos es vivir la vida por los que se han ido con lo que la actitud, los pensamientos negativos, las lágrimas, se transforman en esperanza y deseos de vivir y no de sobrevivir como estaba haciendo durante muchos meses, incluso años.  No sé si es bello sobrevivir, probablemente no, es simplemente sentir que respiras, comes, duermes y mantienes tus constantes vitales, pero permanecer en este estado vegetativo no tiene mucho sentido, sobre todo porque te estás perdiendo el fin por el que sobrevives, vivir.

Casi todas las navidades reponen una de mis películas favoritas, “ Qué bello es vivir”. No voy a contar el argumento porque todo el mundo la habrá visto pero sí pararme en analizar a su personaje principal, interpretado magníficamente por James Stewart, George Bailey, un joven lleno de sueños a los que renuncia una y otra vez porque prioriza los deseos y necesidades ajenas sobre las propias. Esos sueños, salir del pueblo, ver mundo, hacer grandes cosas… le impiden ver que con pequeños gestos, se hacen grandes gestas, las de ayudar al prójimo y cambiar la vida de otros. Ese sentimiento continuo de supervivencia a la espera de vivir le impide ver su propia vida, sus logros, su “ haz el bien y no mires a quien” hasta que se ve desesperado y lamenta haber nacido. Claro que aquí aparece la parte menos creíble de la película, un ángel que le muestra cómo sería el mundo sin él y como sus acciones cambian la vida de la gente que le rodea. Es cierto. No somos especialmente conscientes de cómo nuestros actos, acciones, omisiones, afectos o desprecios pueden cambiar la vida de las personas. Aquel profesor que vio tus habilidades cuando eras pequeño y las potenció hasta convertirte en alguien, o aquel que te minusvaloró haciéndote creer que no valías y acabó condenándote a una vida más anodina sin ambiciones personales. George Bailey no era capaz de ver esto hasta que una alma no tan caritativa en forma de ángel ( digo no tan caritativa porque si hacía bien su función, ganaría unas alas) le muestra el mundo sin él, mucho más triste, menos solidario, menos comprensivo, más capitalista ( el antagonista un ser avaro y cruel sacando rendimiento de las desgracias ajenas para aumentar su cartera). Su ausencia provocaría un efecto en cadena de muertes y acontecimientos que hubieran salvado la vida de varias personas. Tras tremenda imagen, desesperado acude al puente desde donde pensaba quitarse la vida y grita desesperado “ ¡quiero volver a vivir! “.  Y esa es la palabra clave, vivir quizá renunciando a unas expectativas o sueños que nunca se iban a cumplir pero a cambio tiene otros que suplen aquellas que nunca sabríamos si se darían. Mi amiga Cristina dice que las cosas no suceden por casualidad. Yo en cambio creo más en el libre albedrío, en la capacidad de decisión y autonomía del individuo, en su capacidad de ser dueño de su vida, sus decisiones y dar un vuelco a su existencia si ésta no le satisface. Solo hay que ser valiente, obviar presiones o el miedo y dar un fuerte giro de timón. George Bailey no hizo realidad sus sueños porque tenía un acusado sentido de la responsabilidad, porque no era egoísta, si bien esa generosidad mermaba su capacidad para poder apreciar lo que la vida le había deparado. Solo al ver desaparecer lo que quería, pudo reaccionar entendiendo que aquellas expectativas lejanas le impedían ver el bosque.

Uno de mis libros favoritos en mi niñez, “Pollyanna”, enseñaba a ver el lado positivo de las cosas. La protagonista, cuando surgía una contrariedad recordaba aquella vez que esperaba de regalo una muñeca y en vez de eso, por equivocación, le habían enviado unas muletas. Y su padre, ante la desilusión de su hija, le hizo ver el lado bueno de eso “ tienes que alegrarte por no tener que usarlas”.  

Lo más duro que he tenido que hacer en estos últimos tiempos ha sido tomar decisiones. Y decisiones muy importantes que luego dejaron sus secuelas. Sin embargo, me siento satisfecha por haberlas tomado, porque he dejado de sobrevivir y he empezado a vivir.  Y para ello he aprendido a admitir que las circunstancias son las que son, que puede que nunca logre mis sueños como George Bailey, pero tengo otros, más tangibles y posibles, más realizables. Creo que después de superar arduas batallas, es necesario ver todo lo bueno que te rodea ( y alegrarte por no tener que usar muletas) soltar lastre que no te lleva a nada y gritar desde ese puente que separa lo que quisimos ser y lo que somos:  ¡quiero volver a vivir!

                                     


martes, 6 de diciembre de 2016

EL LADRÓN DE LA NAVIDAD


                                     ENTREVISTA A JAMES RHODES EN " SALVADOS"
No conocía a James Rodhes. Será que la música clásica no está entre mi música favorita, no porque no haya piezas sublimes y no me gusten, sino porque prefiero amanecer con música más ligera y menos densa y a veces hasta cantar las canciones por la calle, mentalmente ( no vaya a ser que me tilden de loca, como esos que hablan solos y se responden a sí mismos). No obstante, cuando vi la entrevista de “ Salvados”  me encantó el concepto que tiene de la música clásica y la forma de intentar acercarla a todo el mundo, algo que se nos antoja como algo elitista y para entendidos.

De la primera parte de la entrevista me gustó su cercanía y afabilidad, el por qué el músico que interpreta un tema de Bach o Beethoven sale con pajarita y esmoquin, toca la pieza y se va y no establece cierta complicidad y contacto humano con su público. Su pretensión como músico es acercar la música clásica a todos y no sea solo para unos pocos que la eligen.

 La segunda parte de la entrevista duele. Contundente, directo, sin entrar en detalles escabrosos pero que están implícitos en sus palabras, con la serenidad de quién ha pasado años intentando entender y superar tanto dolor, con terapias y exorcismos de demonios internos que te martirizan y doblegan.

¿Quién va a creer en un niño? ¿Quién va a creer que aquella persona que debiera cuidarte y protegerte, abusa de ti hasta el punto de no causarte solo dolor en el cuerpo sino una herida mucho más honda, en el alma, en la inocencia, en la conciencia?. Porque el cuerpo sana pero la mente, a veces, no. Y en vez de tener una evolución normal, desarrollas trastornos disociativos con varias personalidades para proteger aquella más débil que padece y sufre y que no puede evolucionar con normalidad porque le cuesta superar el abuso de la confianza de alguien a quien querías o que debiera cuidar de ti y protegerte…de quiénes?. La mente de un niño puede estar preparada para asumir que hay gente mala en el mundo, pero no para entender que esa persona a la que tu quieres, te puede causar más dolor que los desconocidos de los que te advierten que has de cuidarte. Sabes que está mal, pero sin embargo, ese silencio cómplice te convierte en su mejor aliado. Como bien dice Rodhes, hay millones de niños violados en el mundo. Y añado,no hace falta ir al Tercer Mundo, están aquí, en el Primer Mundo. Y no siempre son desconocidos. Son familiares, amigos, profesores, entrenadores…la pederastia no es ajena ni al parentesco ni con quienes tienes puentes de afectos y cariño.

 Estoy convencida que mientras alguien lee esto se está sintiendo identificado/a y asiente con la cabeza porque conoce a alguien o ha sido él/ella objeto de algún tipo de abuso sexual en su infancia. Cuesta hablar de ello. Cuesta porque hay un extraño sentimiento de culpabilidad inherente a la vergüenza que esto te produjo, como si un niño o una niña tuviese la culpa de que un degenerado haya abusado de su inocencia. Un niño o niña que ha sufrido abusos no puede ver el mundo idílico de la magia ni disfrutar de los cuentos de la misma forma. Tendrá miedo a los mayores y a sus muestras de afectos. Se pondrá rígido ante un abrazo y esquivará el cariño de forma instintiva porque no confía en nadie. Porque los pederastas empiezan así, amables, afectuosos, quieren ser tus amigos, como si fuera complicado doblegar la voluntad de un ser inocente.

 Tu mente callará esa parte ingenua que aun tienes con otra personalidad más fuerte que le permitirá sobrevivir en un mundo hostil porque de otra manera, no podrá superarlo. Su personalidad desarrollará más una parte que otra ( o múltiples personalidades) porque la otra le recuerda algo que quiere olvidar. Intentará salir volando, como bien describe Rhodas, de su cuerpo como si fuera espectador de su propia vida para que nadie pueda volver a hacerle daño. El mecanismo de autoprotección de la mente es asombroso.  No olvidas, pero lo aparcas en ese subconsciente que hace que te comportes de forma extraña en algunos momentos de tu vida y que no eres capaz de racionalizar. Para ello habría que ahondar en el subconsciente más profundo y muchas veces se necesita ayuda profesional.

Y sin embargo, la única forma de superarlo es admitir que eso sucedió y que no fue por tu culpa. Nunca lo es. Y contarlo. Contarlo al principio con un dolor inmenso y lágrimas de sangre, para después sanar las heridas y pasar página. A veces tardas años en entenderlo, dependerá qué edad tenías cuando ocurrió tan doloroso hecho, y cuando lo entiendas, tendrás temor a decírselo a tus más allegados porque les causará un enorme dolor escucharlo. Pero cuando lo asumen, te liberarás de un peso que ahora será compartido y con ayuda, sanado. Siempre he creído que nunca se protege la infancia todo lo que se debiera. No hay nada más vulnerable que un niño. Su mente no está preparada para entender muchas cosas, ni mucho menos ver el lado más cruel e inhumano de las personas. Nadie debiera robarle a un niño su infancia. Nadie debiera robarle los sueños, la magia, la ilusión, la Navidad.

sábado, 10 de septiembre de 2016

DONDE EL TIEMPO SE DETIENE

                                 

“Tus recuerdos son cada día más dulces
el olvido solo se llevo la mitad
y tu sombra aún se acuesta en mi cama
con la oscuridad entre mi almohada y mi soledad”
LUCÍA- JOAN MANUEL SERRAT


Donde el tiempo se detiene y se escuchan aún los ecos de las voces que allí habitaban. Los olores aun persisten, los objetos tan queridos apoyados en la repisa del mueble que duermen esperando a que les quiten la pátina de polvo de tantos años ignorados. Es extraño que en algún momento, hubiéramos vivido allí. “ Fueron los mejores años de mi vida” dijo mi madre con nostalgia contenida.  “Fueron”… como si no hubiese futuro ni la esperanza de que la sonrisa aflore sincera en algún momento de este presente que nos ha tocado vivir. Fueron buenos años, aunque también lo fueron los anteriores, en aquellas casas que llamamos hogar, porque el hogar no es otro que aquel donde están los que nos importan.  Es cierto que las casas hablan y te arropan o te desazonan al entrar en ellas. Algunas te dan escalofríos, otras son mero tránsito, o te acogen con abrigo y se convierten en tu refugio. Yo, que he dormido en tantas casas y a veces no sabía en cual me despertaba, sí recuerdo con pena dos de ellas donde por fin, pudimos asentarnos tras años de vida nómada desde que nací un otoño en el frío Madrid. Seguramente esos primeros meses dónde los pañales tendidos se congelaban, marcaron para siempre esa permanente sensación de frío que nunca se pasa y que traje desde allí para aclimatarme al orballo gallego y a esa humedad que no cesa, que se queda a vivir en tus huesos durante los largos meses de invierno. He pasado tanto frío que mis dedos se llenaban de dolorosos sabañones que me impedían escribir y doblarlos con normalidad. Pero cada año de frío se aclimataba con el abrazo de unos padres que llegaban a altas horas de la noche de trabajar jornadas interminables y no era la primera vez que los tres comíamos un caldo bien caliente a las tantas de la mañana. Qué bien sabía aquel caldo y qué bien estábamos en aquella casa antigua de escaleras de madera y ventanas que se batían los días de temporal. Siempre éramos tres, desde que mi padre le envió aquella carta a mi madre seis meses después de que se despidieran en Madrid. La distancia no era tanta aunque fuera Coruña - Badajoz. La distancia solo son kilómetros, pero no separa a quienes quieren estar juntos.  Y quiso el destino, ese que a veces tiene extraños caprichos, que la carta se extraviase y no llegase por estar mal la dirección. Y el destino quiso también que un vecino que la recogió y reconoció el apellido, se la diese a mi madre. Allí empezó todo, porque la distancia no era el olvido, que ya lo decía el bolero y recordó mi padre al principio de la carta, la distancia no existe cuando el pensamiento se empeña en recordar y el corazón en no olvidar.

La casa aun huele a él. Se nota al entrar en su habitación. Y si cierro los ojos aun soy capaz de escuchar su voz, su carraspeo, huelo el tabaco que después dejó de fumar, siento su caminar por el pasillo, y le imagino allí, tumbado en el sofá viendo el televisor. Aquellas paredes que pronto dejarán de ser nuestras lo recuerdan todo. Nos recuerdan, como una película en color sepia, tan buenos momentos de los 8 años que vivimos allí.  Y también nos recuerda que la vida es un mero tránsito, que nada es para siempre. Así que quitaremos la pátina de polvo, recogeremos los restos de aquellas vivencias, diremos adiós a los años que fueron y no volverán. Cerraremos la puerta para siempre pero guardaremos en el corazón  la más bella historia de amor que se retomó por una carta extraviada y que pronto se llevará el viento a ningún buzón, como cantaba Serrat.

lunes, 15 de agosto de 2016

BEGIN AGAIN



“El error es mirar lo de ayer con ojos de hoy,
querer que las cosas vuelvan a ser igual
cuando tú ya no eres el mismo

MARWAN- ERRORES DE CÁLCULO EN LA MIRADA


El otro día mi amigo Carlos comentaba al respecto de mi última entrada, “Los amantes” que lo que contaba, solo podría hacerlo alguien que lo hubiese vivido y que en la vida hace falta pasión. Estar preso en una relación que no lleva a ninguna parte es algo que todos hemos padecido. Amar a alguien que es imposible por sus circunstancias, también. Tomar decisiones que no solo nos afectan a nosotros sino que tienen efectos colaterales, es algo en lo que nos debatimos media vida y dejamos pasar otra media hasta que decidimos cambiar lo que no nos satisface…o no nos decidimos nunca. Es muy fácil conformarse y muy difícil rebelarse. El ser humano tiene un extraño apego hacia la rutina, aunque ésta nos haga infelices, y un temor hasta paralizarte, el temor al cambio. Sin duda, sin pasión nos mantenemos adormecidos en una especie de sopor,sin grandes sobresaltos, que anestesia cualquier emoción. Es imposible permanecer en un estado permanente de emociones y pasiones, pero tampoco es sano tener tal equilibrio que la mayor emoción que sientes al día es ver un partido de fútbol o ir de compras. Temas materiales, la mayoría de las veces, porque nunca nos paramos en serio a escucharnos o hacernos preguntas incómodas, porque las respuestas nos inquietan y desazonan.

He escogido como título de este post “ Begin Again” por ser el título de una película que trata de eso, de empezar otra vez. Para quien no lo ha visto se trata de una historia de dos personas que en un momento determinado, han perdido a sus respectivas parejas y les une su pasión por la música con un fin, editar un disco. De nuevo la pasión. Ella componía los temas que su expareja cantaba y que, cuando alcanza el éxito, la deja por otra. Él es un productor en una discográfica que se ha vendido al dinero, no apuestan por nuevos talentos y acaba de ser despedido. Está divorciado y tiene una hija adolescente con la que mantiene una difícil relación. La escena en la que él la ve por primera vez, cantando en un bar, una triste canción acompañada solo por su guitarra y él puede ver su potencial, es una de las mejores de la película. Y en ese camino que recorren juntos, ideando la manera de producir el disco sin dinero, supone un crecimiento personal para ambos, de encontrarse con lo que uno es y quiere. La pasión por lo que hacen, eso es lo que les motiva a levantarse cada mañana. Además de la pasión, está la ilusión. Pero la ilusión no por otra persona, la ilusión por lo que hacen. Tendemos a creer que la felicidad depende de otros, de otras personas y no es cierto. Ya lo comenté en otros post. El estado de plenitud, ese que nos da la felicidad, depende única y exclusivamente de nosotros. Es hacer esa introspección que siempre posponemos sobre quiénes somos, qué fuimos, hacia dónde queremos ir y lo más importante, qué tenemos que hacer para conseguirlo. Si tenemos la mala costumbre de mirar hacia el pasado y mortificarnos por lo que no hemos hecho o dicho, no avanzaremos. Si nos agobiamos por un futuro incierto del que nada sabemos, el miedo nos paraliza. Describe muy bien esto Milan Kundera en su libro “La lentitud”: “ El hombre encorvado encima de su moto no puede concentrarse sino en el instante presente de su vuelo. Se aferra a un fragmento de tiempo desgajado del pasado y del porvenir; ha sido arrancado a la continuidad del tiempo; está fuera del tiempo; dicho de otra manera, está en estado de éxtasis; en este estado no sabe nada de su edad, nada de su mujer, nada de sus hijos, nada de sus preocupaciones, y por lo tanto, no tiene miedo, porque la fuente del miedo está en el porvenir, y el que se libera del porvenir, no tiene nada que temer”.

Me encanta esa escena de la película (no quiero hacer spoiler) en la que ella circula en bicicleta por la ciudad, sintiendo el viento en su cara, sonriendo y con la sensación de ser dueña de su vida y su destino. Es una escena muy gráfica ( se ve al final del vídeo). Ya no soy la que fui, se abren ante mí nuevas posibilidades, creo en mi talento, en mí y puedo hacer lo que quiera.

Mirar hacia atrás está bien, pero como ya he escrito varias veces, hay varias vidas en una vida, y varias personas en una persona que han actuado de manera diferente a como lo harías hoy. La persona que eres hoy no es la misma que fuiste ayer, y las experiencias vitales que has vivido, han dejado huella y un aprendizaje que no podrás olvidar.


Apasionarse con aquello que nos gusta, sentirse liviano por haberte perdonado errores pasados, soltar lastre, dejar pasar determinados trenes que no te llevaban a ninguna parte, romper con lo que te hace infeliz y darte la oportunidad de serlo, solo o acompañado. Resumiendo, sentirse libre y pleno. 

Empezar de nuevo cuando la vida te da otra oportunidad, todos los días, cada día. Cojamos esa bicicleta y recorramos la ciudad, livianos y convencidos de que podemos hacer lo que queramos.  “Porque todos somos estrellas perdidas tratando de iluminar la oscuridad”…y hay luz, mucha luz después de la oscuridad. 






domingo, 7 de agosto de 2016

LOS AMANTES

“Amanece en los carros de basura,
Empiezan a salir los ciegos,
El ministerio abre sus puertas.
Los amantes rendidos se miran y se tocan
Una vez más antes de oler el día.

Ya están vestidos, ya se van por la calle.
Y es sólo entonces
Cuando están muertos, cuanto están vestidos,
Que la ciudad los recupera hipócrita
Y  les imponen los deberes cotidianos. “
Los amantes- Julio Cortázar



La luz se abre camino entre las cortinas. Pronto amanecerá. En silencio le mira. Duerme plácidamente y sin embargo, ella es incapaz de dormir. Le observa en la penumbra de la habitación de hotel, la misma de siempre, la de los besos furtivos y mensajes a deshora para robar tiempo a la rutina. “ Tengo tres horas para verte”. Apenas unos segundos usurpados al tiempo. Reubica citas, inventa excusas, improvisa disculpas, racionaliza sus pasos para intentar salir de su cárcel vital y sentirse libre unos instantes. Al principio todo era más elaborado. Cuando llegaba, él había preparado la habitación para hacerla menos siniestra y soez. Reubicaba los muebles, improvisaba una pequeña pista de baile y le hacía sonreír para paliar el sentimiento de culpa de mentir a los demás y lo que era peor, a sí misma. “ No pienses, no te mortifiques, solo siente. Ahora no hay nadie, solos tú y yo”. Y se dejaba llevar por el embriagador olor de su perfume y sus caricias ardientes. El champán adormecía los sentidos y su aliento era el aire que respiraba.

Nunca le pregunta qué piensa. Intuye que lo mismo que a ella. Por qué no son valientes.  Por qué se conforman con la infelicidad y no se rebelan ante ello, para no lamentarse algún día, del tiempo perdido y no disfrutado. En qué momento dejaron de ser ellos para convertirse en unos autómatas con horarios programados, citas por compromiso, agendas escolares, trabajos alienantes, parejas sin sentimientos, compañeros de piso que no de cama. En qué punto se convirtieron en sociedades mercantiles donde los bienes son lo que les vinculan, obligaciones con otras personas que ni les importan y dejan morir lo único que un día les unió a sus respectivas parejas. A dónde se fueron los sueños, el ideal de vida en común, compartir confidencias, amistades, actividades, afectos y la complicidad. Evitan hacerse preguntas porque no gustan las respuestas, las que ya saben pero no se atreven a pronunciar en voz alta. Decir “se acabó” es devastador, el  fracaso de un proyecto de vida en común, romper con el pasado para tener un presente y un futuro, pero las cadenas son tan profundas y difíciles de romper…que inventas una alternativa para seguir viviendo.

En esa habitación de hotel son auténticos. Conectan con su verdadero yo, ese que se desprende de la ropa pero también del disfraz, que mira y ve una mirada como la suya, tan perdida y deseosa de afecto que abduce hasta perderse en sus respectivos ojos. Unas manos acarician sus cuerpos que reviven, sacándose las telarañas. Las bocas se besan después de años de que nadie lo hiciese, salvo un beso con desgana al llegar a casa. No hay reproches, no hay promesas que no se puedan cumplir, no hay cadáveres en las espaldas, ni hijos ni obligaciones. Solos él y ella, en una noche de suspiros y cuerpos desnudos que ya no ocultan su edad ni sus imperfecciones y sin embargo, parecen tan perfectos…Cicatrices del pasado que acarician explorando como las muescas en el tronco de un árbol.

Apoya la cara sobre la almohada. Mira su cara. Le acaricia. Él abre los ojos y sonríe. Siempre sonríe. Sonríe con un poso de tristeza, la de la esperada despedida. La de no saber si esa noche será la última. La del adiós que nunca te dices del todo. La de ser preso de los convencionalismos  y la hipocresía.  La de apariencia de familia feliz y la cárcel en la que vives porque tu voluntad es débil  y no es capaz de moverse del camino trazado por otros. La del temor a ser descubierto, pero pese a ello, no poder prescindir de esos encuentros furtivos porque necesita desesperadamente tomar oxígeno para seguir con la vida idílica que ha creado y que no es más que una mentira, de las muchas que se cuenta cada día para seguir viviendo. Y solo entonces, cuando cruza el umbral de la puerta de esa habitación, la misma de siempre, se quita la alianza, la máscara y el traje, recupera su esencia para permitirse la licencia de sentir sin más, sin remordimientos, desnudos los cuerpos y las almas. Ella también le mira. Pero no sonríe. Porque un corazón roto no puede sonreír ni siquiera fingiendo. Allí no se finge. Allí no.