lunes, 8 de diciembre de 2014

EL DUELO


LA PREGUNTA
Cuando llora el corazón
Sobran las palabras
Y los ojos ni osan mirar.
La firmeza huye de las manos
Y parecen los pasos temblar.
Cuando llora el corazón
El sentido se ha escapado
Y ausente está la voluntad.
La confusión la mente ha encerrado
Y la única compañía es la soledad.
Una sola pregunta viene a retumbar
¿ cómo, cuándo y por dónde empezar?
Enrique Momigliano

Nos da miedo la muerte.  La vemos como un trance inevitable pero intentamos obviarla en toda conversación ( si no se habla de ella, no existe) salvo cuando empezamos a cumplir años, pasar lista y te falta mucha gente. Siempre escuché a personas de avanzada edad aquello de que más que miedo a la muerte, tenían miedo a la enfermedad y yo me asombraba pensando qué puede ser más horrible que nuestra extinción, dejar de ser quienes somos, desaparecer, no volver a ver a nuestros seres queridos y la Nada, para los no creyentes. Pero por desgracia, uno no comprende casi nada salvo cuando lo experimenta en carne propia, así que he tenido que enfrentarme a la enfermedad de un ser querido y su pérdida, para entender eso de peor la enfermedad que la muerte.  La muerte es el descanso, el dejar de sufrir, de perder la dignidad por una enfermedad que merma tu autonomía, la capacidad de ser auto suficiente, de razonar y finalmente, perder lo que nos hace humanos. Total, para dejar de existir.

Lo peor de la muerte es que, los que nos quedamos,  no sabemos muy bien cómo afrontarla.  Por un lado, es un tema tabú. El duelo es esa cosa que hay que pasarla cuanto antes, como si fuera un resfriado sin más paliativos que inocularte un supuesto ánimo y alegría por estar vivo, pero sin Frenadol.  Hace unos días falleció mi tía mayor . Y fue curiosa la frase que pronunció un familiar en la puerta del cementerio, cuando llegaba el coche fúnebre y mi madre rompió a llorar “ no llores ahora, ya llorarás en casa” como si el llanto por la pérdida de un ser querido pudiera contenerse o llorásemos en diferido y cuando se nos antoje, además de ser el acto más indicado para un entierro y no estar en absoluto, fuera de lugar. Es una muestra de respeto,  afecto, despedida…el último acto por alguien que ya no existe.

 La muerte de un ser querido te cambia, al igual que te cambia la enfermedad. Nos recuerda que somos vulnerables, que dependemos de los demás, es una cura de humildad para bajarnos los humos cuando nos sentimos invencibles, que todo lo podemos y no necesitamos de nada ni nadie.

En mi vida hubo dos acontecimientos que me cambiaron absolutamente. Cuando le detectaron el cáncer a mi padre  y nos confirmaron el diagnóstico aquel 5 de Agosto del 2009 y cuando se murió, el 1 de Noviembre del 2013. Con la detección de la enfermedad estuve en estado de shock  hasta que empecé a asimilar la posibilidad de perderle. Y como le ocultamos ( mal hecho) la gravedad de lo que tenía en sus inicios, cargué con la losa de la mentira que me pesó hasta el punto en el que lloraba, fuera de casa, no podía hacerlo en ella, con quién cuadrase, con clientes, en el trabajo. No tuve esa habilidad que decía el otro día mi pariente en el cementerio de controlar el llanto y llorar cuando me diera la gana. Los cambios que uno sufre a veces, no se notan, y otras, salen por los ojos sin remedio. Me decía por entonces mi psicóloga ( qué remedio, tuve que pedir ayuda) que nunca acababa de caer, que siempre parecía que estaba a punto y me aferraba a no hacerlo y mientras no me cayera, sería imposible que me levantase. La enfermedad me aterraba, y la muerte me enmudecía, era un miedo que se agarraba a la garganta y me impedía gritar. Ese miedo que te enferma,  te paraliza, te cambia. Nunca vuelves a ser tú.  Supongo que las prioridades cambian, la percepción del mundo también, y te vuelves adulta porque eres tú la que tomas las decisiones, no tus padres.

Pero cada prueba, cada quimio, cada revisión…eran un magnífico momento para explicar tu dolor y tu miedo, pero no eres capaz.  Entonces, ese extraño tiempo de espera, de resultado sabido, parece algo irreal. Estás tan afanado en cuidar, en ayudar, en estar pendiente de otros…que, de repente, se apodera de ti un extraño vacío. Al principio es un vacío, después una irrealidad, para finalmente un dolor insoportable que hace que no puedas ni hablar. No hay palabras para describirlo, quizá las sensaciones del cuerpo, el agotamiento del alma y el fin de la fe, de que a lo mejor, era posible otro final. 

Cuando mi padre enfermó hacia el final inevitable, el tiempo deja de medirse en minutos, para hacerlo en momentos. Los de lucidez y los de mitigar el dolor. Todo carece de importancia, hasta tú mismo, lo importante es que ese trance, sea lo más apacible posible. La impotencia se mide en tus manos que no pueden hacer más, en tu mente que no para de pensar. Sin embargo, pareces programada para administrar las dosis requeridas y ni se te ocurre plantearte la posibilidad de claudicar al cansancio o el dolor.  Tampoco se te ocurre que quizá, debieras despedirte.

Y lloras, sí, el día del entierro, y luego estás unos días en una especie de trance extraño, reubicando las cosas y deshaciéndote de sus posesiones, porque cuando racionalices la pérdida, seguramente, no serás capaz. Y te aferras al olor de su habitación, donde abrió los ojos por última vez.  Pasan los días, y entonces, cuando de verdad te apetece llorar, los bien intencionados te dicen que la vida sigue, que a él no le gustaría que llorases ni estuvieses mal.  Pues sí, necesitas estar mal, y pasar ese duelo-catarro como te plazca, y llorar 5 meses después, porque el dolor cuando vuelve, duele como el primer día,  te revuelve por dentro y te sientes sola sin esa persona que antes formaba parte de tu vida y ya no está. Porque cambiamos, vaya si lo hacemos, cambiamos porque nada volverá a ser lo mismo, porque falta esa pieza de puzle que hace que, por mucho que reubiquemos las demás piezas, habrá un vacío que no se podrá llenar. Como bien dice Rosa Montero en su libro “ La rídicula idea de no volver a verte”, nunca te recuperas, te reinventas. Ésa es la palabra, te reinventas porque lo que fuiste, ya no lo eres ni volverás a serlo jamás.

En esta tarea de duelo y reinvención, de intentar inocularme un positivismo fingido y suponer que la vida es lo que vemos, sin darle demasiadas vueltas, procuro cambiar alguna costumbre sobre que lo hacía y ya no puedo hacer. Porque antes de cambiar de móvil, aún tenía llamadas de mi padre que me preguntaba a qué hora iba a llegar para freír las patatas y ahora tengo que calentarme yo la comida. Y ya no tenemos leche condensada en la alacena porque a él le chiflaba hasta que empezó a aborrecer el dulce y no lo soportaba ( la enfermedad cambia hasta tus gustos) ni tampoco habrá pan de Cádiz en Navidad, que era el único que se lo comía junto con los mazapanes. No hemos vuelto a ver fútbol en casa, ni hay quinielas en el cajón, ni me pedirá que le revise el móvil porque ha tocado no sé qué tecla y lo ha desconfigurado. La vida está llena de estas pequeñas cosas a las que apenas le damos importancia porque forma parte de lo cotidiano pero es lo que determina nuestra existencia respecto de los demás, sus manías y costumbres, su presencia y su ausencia.  Nos acoplamos para convivir y al final, hasta las manías de otros, las hacemos nuestras. ¿ Cómo vivir ahora sin ellas?

Pero para superar ese duelo, hay algo que tenemos que afrontar.  La gran pena por no haberse dicho todo lo que teníamos que habernos dicho, haber discutido aquel día por una estupidez, o disgustarse por un mal gesto o mala palabra porque no teníamos buen día. Eso te genera la sensación de que no ha concluido, que había temas pendientes por zanjar, que había abrazos que no nos habíamos dado… que jamás pensamos que algún día, de verdad, será el último. Y entonces el duelo se hace largo, y te asola cierto sentimiento de culpabilidad, por no haber sido la mejor esposa, mejor hija o mejor persona. Esto, salvo quién haya sentido una verdadera pérdida, no puede entenderlo.

 Yo creo que el duelo es esa etapa en la que uno asume la pérdida pero se resiste a olvidar aunque te duela. Porque si olvidas, es como traicionar la memoria de un ser querido, hacer de tu vida algo nuevo como si nunca hubiera existido. Y también creo que cada persona tiene su tiempo de reestructuración, que no lo marcan los días, ni los años. Uno debe buscar un nuevo encaje en esto del sobrevivir, porque sí, somos supervivientes del tiempo que otros no tuvieron.  El duelo pasa cuando uno acaba esa conversación pendiente, aunque no esté físicamente con nosotros, cuando en voz alta le dices lo que sientes o si tienes algún reproche que te está mortificando, cuando nos sentimos en paz por la marcha y el convencimiento de que nuestra vida sería muy distinta si él/ella no hubiera existido, pero que esto ha llegado hasta aquí.  De vez en cuando, el dolor vendrá a agitarte un poco, llorarás en la ducha y en soledad, por eso de no estar bien visto compartir desdichas y penas. Si con la enfermedad siempre estuviste con una alarma, con la muerte, el vacío se hará omnipresente, será esa especie de compañía a veces no tan ingrata, que no te abandonará jamás. Y cuando esto pasa, entiendes que la muerte es algo natural y consustancial a la vida, imposible la una sin la otra.


 Paradójicamente, hacemos grandes esfuerzos por vivir con una felicidad impostada (¡ tenemos la obligación de ser felices por el mero hecho de vivir ! ), cuando, si fuéramos más conscientes de la muerte, haríamos de nuestra vida algo mucho más fascinante y sin duda, la disfrutaríamos mucho más. 

martes, 2 de diciembre de 2014

BAJO LA LLUVIA



"Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte."


Lluvia- Federico García Lorca


Hace ya algún tiempo, me propusieron un juego. Que dibujase a una persona bajo la lluvia, le pusiese un nombre y me inventase una historia. Así que me afané en tal tarea y dibujé a una mujer perfectamente equipada bajo la lluvia, paraguas, botas, gabardina, e inventé una historia en la que esa mujer caminaba apurada por la calle, como si tuviese que llegar a algún sitio y el tiempo se le escapase. Sin embargo, durante un instante, se paraba ante un escaparate de tienda de animales y veía un perro desvalido, con mirada triste, que observaba tras el cristal, el devenir de los viandantes, sin mayor aspiración que un momento de afecto, aunque fuera fugaz, a la espera de un nuevo dueño que le acogiese con cariño y pudiese salir de aquellos escasos metros en los que lo habían hacinado. Esa mujer se paraba y le miraba, percibía sus ojos tristes y pensaba que ojalá pudiera llevárselo de allí pero que ahora no tenía tiempo para los afectos.

Y allí estaba yo, con mi dibujo, mi historia, preocupándome de perfeccionar ambos, la imagen de la lluvia caer, la mujer impecable sin mojarse, el perro con mirada melancólica… cuando resultó que el quid del juego no era otro que descubrir cómo era yo, porque inevitablemente uno dibuja lo que conoce, escribe de lo que sabe y pese a que todos tenemos un lado oscuro y oculto al resto del mundo, proyectamos una parte de lo que somos. Así que resultó que la que estaba bajo la lluvia era yo, que ante tal inclemencia, me había preparado convenientemente, no vaya a ser que la lluvia me mojase, caminaba de prisa sin pararme, y obviaba cualquier sentimentalismo porque el tiempo era escaso y  eso del querer no era productivo.  Y es cierto. Uno va por el mundo equipado para evitar sorpresas, lleva paraguas “ por si acaso”, camina deprisa controlando el tiempo, programando tareas… pero apenas observa lo que pasa a su alrededor, porque el tiempo es para sentirse útil, para trabajar y no puedes improvisar.

¿ Y qué pasa, si en vez de ir tan equipada bajo la lluvia, me mojo? Nos enseñan a preservarnos de la lluvia, del frío, del sol, de la vida, de no poner el corazón en lo que hacemos so pena que te lo rompan…y lo interiorizamos como algo tan normal, que no dejamos margen a la improvisación, a la espontaneidad,  al “yo” un poco asilvestrado pero natural, un poco más nosotros, sin contaminaciones, sin convencionalismos ni imposiciones. Tal vez, tras reflexionar sobre esto, la historia sería bien distinta, y la mujer bajo la lluvia, levantaría la cara y las manos para sentir como cae, caminaría despacio, se reiría porque todos la tomarían por loca ( lo racional es correr, protegerse, resguardarse) y finalmente, adoptaría el perro porque se sentiría más plena arriesgando un poco su corazón queriendo a un ser vivo. Claro que, parece fácil hacerlo pero ya se sabe que la razón es esa alarma permanente que quiere controlarlo todo y no deja nada al azar. El ser humano tiende a acomodarse, los cambios le dan miedo, le desazonan, rompen esa seguridad de lo cotidiano y conocido. Nos sentimos seguros controlando. ¿ Cómo encontrar el equilibrio entre lo que somos, lo que los demás esperan de nosotros, y lo que de verdad queremos?.

A veces, mojarse bajo la lluvia, puede ser la respuesta.


domingo, 12 de octubre de 2014

EL SOL EN LA CARA



Melancolía
Me siento, a veces, triste
como una tarde del otoño viejo;
de saudades sin nombre,
de penas melancólicas tan lleno...
Mi pensamiento, entonces,
vaga junto a las tumbas de los muertos
y en torno a los cipreses y a los sauces
que, abatidos, se inclinan... Y me acuerdo
de historias tristes, sin poesía... Historias
que tienen casi blancos mis cabellos.
- Manuel Machado, "Melancolía"

Hueles a hoja caída y lluvia ligera, a amaneceres pesados y color sepia, a tardes melancólicas y vientos con arena que arremolinan en el suelo los sueños del verano, hueles a amores que vinieron con pasión para irse con sosiego, o tal vez, se queden a hibernar para aclimatar el corazón.

Hueles a cumpleaños, como cada año en Octubre, a días cortos y noches largas que nos atemorizan cuando acecha el insomnio. Porque el otoño es la melancolía por un verano que nos dejó demasiado rápido sin secar la humedad del alma y el dolor por la ausencia que hizo pedazos la esperanza pensando que era posible y al final, no pudo ser. La melancolía por la mano que se aferra a la tuya y te niegas a soltar porque si lo haces, se irá para siempre, desesperanza por un futuro que se desvanece en la oscuridad y la lluvia impertinente que no te deja ver a través del cristal.

 Tantos años fuiste la hoja en blanco de un cuaderno, el olor a nuevo de los libros de texto, la oportunidad de empezar otra vez, de crecer a la vez que mermaban las horas de luz, de soñar que todo era posible, solo había que quererlo con todas tus fuerzas.

Fueron muchos otoños, muchos años, y sin embargo, éste último me enseñaste que no hay mayor prueba de amor que la de querer asumir el sufrimiento ajeno para evitárselo a quién quieres. Comprendí que cada uno ha de ser dueño de su tiempo  y decidir qué hacer con él. Aprendí que llorar no es signo de debilidad, lo es no levantarse cuando te caes, cuando crees que no tienes fuerzas y las sacas de ese lugar intangible que es el alma.  Me enseñaste lo que es el miedo compartido por lo que pasará sin remedio y que la empatía nunca comprenderá el dolor ajeno por mucho que nos empeñemos.

Y este mes recuerdo todo lo que me enseñaste, cómo olvidarlo, aquella mañana de domingo en la que mi padre salió de casa por última vez.  Nos sentamos en el parque más próximo a su casa, el sol calentaba y hacía una mañana agradable. En silencio, mi madre, mi padre y yo. Entre las nubes, asomaba el último rayo antes del frío invierno, una luz dorada que resaltaba el marrón de las hojas caídas. Mi padre cerró los ojos para sentir el sol en la cara. Se escuchaban pájaros y un suave rumor de voces lejanas. Y allí estuvimos un rato, disfrutando de la luz antes del ocaso.

No he vuelto a sentarme en el parque. Los recuerdos aún duelen. Me persiguen porque me resisto a olvidar, el dolor me demuestra que existió, que todo fue real y no un sueño. El no dejarle ir me hace daño pero hacerlo es asumir una pérdida que aún duele demasiado.

Ayer aprendí que estamos tan pendientes del destino, que nos olvidamos del trayecto. Y mi padre sabía su pronto destino, pero mientras tanto, disfrutaba del trayecto de la vida que le quedaba, del sol de la mañana, de los cánticos de los pájaros en el parque, de la presencia de sus seres queridos a su lado, sin hablar, porque no hacía falta.

Sé que es tiempo de pasar página, porque la vida no espera a nadie. Sin embargo, este otoño huele a ausencia, a hoja en blanco otra vez, la de una vida que se acabó pero hay otras por escribir, la de quienes nos quedamos desolados y rotos. Asi que cada mañana, cuando salgo de mi casa y veo el sol asomando por el mar, el cielo azul  y la brisa que anticipa el frío otoñal, recuerdo aquella imagen de mi padre en el parque. Cuando el dolor se hace insoportable, cierro los ojos y quiero sentir el sol en la cara, que caliente mi piel, que seque las lágrimas, que relaje esta desazón. “Dejad que me dé el sol en la cara”, pienso, porque es lo que de verdad importa, seguir sintiendo mientras estemos vivos.



domingo, 3 de agosto de 2014

UNA CARTA DE AMOR



"Le dí todo el amor 
de quien se anda con cuidado 
pero él quería hurgar 
en mis sueños maltratados 
me lloró y le conté 
que en historias de dos 
es preciso quemarse los pies 
si uno quiere ver el sol."
" Quemarse los pies" - Ana Belén


Hoy he madrugado como de costumbre. Será que a medida que cumples años, quieres dormir menos, quizá porque se aproxima el tiempo del sueño eterno y tu cuerpo se rebela al descanso mientras aún respiras. Asi que, en estos días largos y noches cortas, deambulo por la casa como un fantasma silencioso que quiere pasar de puntillas por esos recuerdos de lo que fuimos y la desesperanza de lo que nunca seremos.

Llueve levemente. Sin embargo, el día puede dar muchas vueltas, tal vez salga el sol y aún caliente mi maltrecho cuerpo que se resiente con la humedad que nos asola cada invierno. Hoy hubiera hecho lo mismo que cada mañana, sin embargo, he empezado a escribir una carta. Te preguntarás el motivo, y por qué hoy, precisamente hoy, lo hago, después de tantos años de silencio. Porque hoy me he mirado en el espejo sin prisa, y lo he hecho con plena conciencia de mi deterioro físico, de la pérdida de visión y la bruma que empieza a nublar mis ojos, de mis dedos retorcidos por la artrosis y que quizá dentro de poco, no pueda escribir. Lo he hecho porque mi memoria empieza a fallar y tal vez, en un futuro no muy lejano, me olvide de quién soy o qué fuiste para mi, y algún ser querido me tenga que leer estas líneas para evitar mi muerte en vida. Lo he hecho porque los mejores secretos son aquellos que no se comparten, pero también tenemos que ser honestos con aquellos que forman parte de ellos, aunque desvelarlos duela. Siempre he sido excesivamente comunicativa, sin embargo, he preservado lo que a continuación voy a relatar de miradas curiosas, de conversaciones confidenciales y me tentaron contarlo, pero entendí que era mi secreto, el secreto de mi alma, el que nadie podría dañar.

Recuerdo con nitidez el día en que la esperanza llenó mi corazón cuando venía ya de vuelta de desencuentros, desilusiones y perdida la fe en el ser humano. No estaba preparada para ti, precisamente, porque no te esperaba. Fue un segundo, porque las cosas que pasan, buenas o malas, se miden en segundos, pero esta vez, te quedaste en mi retina para siempre. Fuiste un revulsivo, un golpe directo a la boca del estómago, donde se arraigan las angustias y las mariposas, dando al traste el sentido común  y la racionalidad de todo lo planeado, al corazón impertubable que presumía controlar los afectos sin sentirse vulnerable. Una extraña sensación de que te conocía desde siempre, con la certeza de que ya no podría olvidarte. Entonces pensé, ¿qué posibilidades había que entre los millones de personas que hay en el mundo, pudiésemos encontrar a quién nos hiciese sentir así? ¿ cómo era posible que alguien a quien acababa de conocer, fuese capaz de trastocar mis pensamientos para dejar de ser yo y sentirme su siervo en solo unos segundos?. Por un momento, pensé que tú habías sentido lo mismo que yo, pero no era el lugar ni el momento, asi que yo escuchaba mientras tú hablabas, y cuando me mirabas, bajaba los ojos enojada por sentirme incapaz de mantenerlos fijos frente a la tuyos.
En todos estos años, hemos coincidido en diversas ocasiones, nos hemos saludado con la cordialidad de viejos ( sobre todo eso) amigos, de afectos en la distancia, de ser viajeros de la vida por caminos que a veces se cruzan para dejar el recuerdo de una sonrisa o gesto cariñoso por el tiempo compartido. He llorado con tus penas y reído con tus alegrías, he soñado con el tiempo en el que no hemos estado juntos y he sobrevivido gracias al que sí hemos compartido. Tanto tiempo…

Si escribo esta carta, no es con la esperanza de que mi amor sea correspondido, sino porque he pensado que he sido muy egoista. No podía guardar, por más tiempo, lo que siempre he sentido por ti. No era mi corazón el que estaba en juego, eras tú. Hoy comprendí que el amor no se debe ocultar porque fuese como fuese, hay una persona que ha dado sentido a tu vida. Y tú, que seguramente en algún momento te has preguntado el por qué de tu existencia, le has dado sentido a la mía, a esta vida mezquina que amordaza los sueños y nos pone señuelos para que intentemos luchar por ellos. Lo has hecho sin ser consciente de nada pero siéndolo todo. La sonrisa que justifico cada mañana para levantarme con el peso de lo vivido en mis espaldas, con el sonido de un despertador que me anuncia que soy un poco más mayor que el día anterior, el que da impulso a enfrentarme sin temor a ese nuevo día incierto y sin expectativas, sobre llevando la rutina de lo aburrido y esperado, lo que justifica que siga luchando cada mañana para ser mejor persona y hacer feliz a los que me rodean. Tu imagen y el saber de tu existencia alentaba en mi el ansia de superarme para ser mejor, has abrigado mi corazón cuando éste se ha desgarrado por el dolor que creía insuperable. Has sido el verso de cada poema, el que me ha hecho entender que la poesía la hacen dos personas que no se conocen pero se añoran, aún ignorando la existencia de la otra, porque estoy convencida que la añoranza está en cada uno de nosotros esperando ese amor que no sabes si algún día sentirás.

Seguramente, al leer esto, pensarás quién es esta loca que te escribe y cómo es posible querer a quien apenas se conoce. El amor es intangible, pero, aunque no se vea, se siente. Seguimos queriendo al que ya no está, al que se ha ido para siempre, al que vive en nuestro recuerdo, ¿ por qué no se puede querer a quién existe aunque no lo conozcamos profundamente?. No, no estoy enamorada del amor, no amo una ilusión, no amo algo etéreo ni producto de mi imaginación. Amo tu sonrisa y tu forma de ser, porque te conozco, te conocí hace muchos años en aquel hall, en aquella primavera del 79, cuando nadie nos presentó pero yo sentí que ya te conocía. Y tú, a mi también, pude verlo en tus ojos.
  
Nunca te lo dije, no era posible. Ambos teníamos compromisos con otras personas y yo soy leal, al menos con los demás, aunque no lo fuese conmigo. Fui cobarde, lo reconozco. No quise arriesgarme. La ilusión que suponía tu existencia era demasiado valiosa como para darme de bruces con una realidad que no me entusiasmaba. Tuve miedo. O tal vez, prefería saber de ti, aunque fuese en la distancia y no perderte para siempre por un amor no correspondido. La ilusión de saber de ti, era un revulsivo demasiado fuerte como para prescindir de ella. Eras mi estímulo, mi refugio. Nadie supo jamás de tu existencia ni de mi amor por ti. En ocasiones, me mortifico por mi silencio, porque tal vez, desperdicié los mejores años de mi vida esperando, aunque no sé el qué. Pero mirar hacia al pasado no tiene sentido, lamentarse por lo que pudo ser y no fue ¿ de qué sirve ya?.

Y hoy, antes de volver a repetir mis rutinas hasta que se agote mi existencia, en el ocaso de mi vida, rompo mi silencio con la esperanza de hacerte feliz, tanto como tú me lo has hecho a mi. El mundo sigue siendo un lugar digno de ser vivido mientras tú existas. Por eso, me resisto a irme aún, pese a mis años, mi ojos cansados, mis pasos torpes, mis achaques y carencias. Porque mi cabeza, de momento, aún recuerda y ese recuerdo es lo que hace latir mi corazón. La ilusión de cruzarme contigo, aunque sea de vez en cuando.

Te vi, fueron unos segundos, pero tuve esa certeza absoluta que solo se tiene una vez en la vida, el que sabe que, por fin, le has encontrado.



domingo, 8 de junio de 2014

VIVAN LAS COMUNIDADES...PERO YO ME VOY AL MONTE!





 Siempre he dicho que si fuera sociólogo, haría una tesis doctoral sobre las comunidades de propietarios. Dignas de estudio, donde se repiten estereotipos que se dan en todos los grupos pero algo más paranoides, los que nos dedicamos a esto de administrar, aún nos sorprendemos de las ocurrencias variopintas y absurdas que se dan en esto de la convivencia y compartir lo común, que parecen de guión de serie de televisión pero no, la realidad, siempre supera la ficción. He aquí algunos ejemplos. 

1.- Ingeniero cualificado y abogados. En toda comunidad siempre hay algún ingeniero cualificado. Sabe cómo hacer una obra, qué se hizo mal por el cheíñas de turno, y te da una conferencia en toda regla sobre la aplicación de mortero, cemento, pintura, que ríete tú de los ingenieros de la NASA. Normalmente es gente que viene a hablar de su libro ante los vecinos, acapara buena parte del tiempo de la junta, aburre a los muertos y total, para al final votar y pasar ampliamente de él. Pero claro, a ver quién le interrumpe y le quita la razón, que para eso es “el que sabe”.
Hay la versión jurídica, esto es, la versión “leguleyo”. “ La ley dice esto” “ la ley dice lo otro” “ mi abogado me ha dicho” y tú piensas que la ley debe ser una especie de ente abstracto cuyo universo jurídico lo regula todo, tipo libro gordo de Petete, cuando puedo prometer y prometo que la Ley de Propiedad Horizontal es lo más escueto que hay, fuente también de conflictos, y no recoge a qué hora se baja la basura, que no se tire colillas por el patio ni si la vecina que deja el paragüero en el descansillo de la escalera, hay que quemarla en la hoguera. Poco previsor el legislador que no recogió conflictos de gran enjundia en su articulado. Lo mejor de todo es que muchos comuneros tienen su abogado, y yo me alegro por los compañeros, que también tienen que comer.

2.- Moroso profesional. Los “ cuanto debo” son un peñazo.  Éste es uno de los prototipos que más se repite, da igual origen y condición. Nunca debe. Viene a la oficina a gritarte ( debe ser que empezar el día con  “buenos días “ está pasado de moda) nada más abrirle la puerta, te pone de vuelta y media, se las da de ofendido y tú, tienes que esperar que salga el bicho que lleva dentro, cual exorcista, para, una vez acordarte de toda tu familia, explicarle por qué debe y desde cuándo. Suele ser el mismo en cada cierre de cuentas. También está la versión sibilina, el que te quiere hacer comulgar con ruedas de molino, y pone en el recibo “ Mayo 2014” pero debe desde que el mar Muerto estaba enfermo, y te trae los recibos como prueba irrefutable de que a lo mejor, solo debe el mes de Junio, pero que sepan que no, que no cuela, que los tenemos muy calados.

3.- Quiero ser presidente. Sí, que te toque la presidencia es una putada. Por lo general, la gente silba la del rio Kwai cuando toca el punto de renovación de cargos. Si es por rotación, asiste el que nunca asistió a la junta. Y ponen excusas. “Es que soy muy mayor”,  “estoy ocupadísimo de la muerte yendo al Club del Mar a hacer remo” ( coño, si tienes 85 años, eres de los de remo senior? A ver si se le va a desencajar la junta de la trócola), “estoy poco en casa” ( frecuenta el circo de artesanos para jugar al mus), “tengo una incapacidad ( ¿física o mental?) que me impide abrir la puerta al operario de turno”…Pero hay quien quiere ser. Es más. Tuve el caso de un señor que se hizo un cuño con su nombre poniendo debajo “ Presidente de la comunidad tal “. Que mucho reírse del señor Cuesta, pero esa gente existe. Les gusta ser presidente de algo, aunque sea de las escaleras y sea solo reponer bombillas.

4.- Spiderman versión urbana. Hay presidentes que se toman su labor muy en serio. Y esto incluye supervisar las obras de cerca para ver si están bien ejecutadas. Claro que, no a costa de jugarse uno la vida. Y cuando se está cambiando el tejado, no hay placa y uno ronda los 65 años, no es cuestión de trepar por los andamios, pisar en falso el tejado, romper un trozo y quedarse con la mitad del cuerpo colgando sobre el cañón de escaleras, y la otra mitad sujetándose donde buenamente pueda, a ver si llegan los bomberos a rescatarte. Lo peor no es hacerlo una vez, es que te pasen dos. Se agradece la colaboración vecinal, pero no hasta el punto que nos cueste la vida.

5.- Prueba de ADN. Hay actividades molestas que provocan muy mal rollo. Desde el señor de incontinencia urinaria que se desahoga en la cabina del ascensor ( de toda la vida nos han dicho eso de que hay que salir de casa orinado y defecado) hasta los perros de los vecinos que no aguantan más y lo hacen donde cuadra: portal, escaleras…claro que si la cosa se repite, habrá que recordar lo obvio, bajen más a la mascota y si la pobre lo ha hecho donde no debía, cubo y fregona. La propuesta de hacer una prueba de ADN a las heces de los perros del edificio para determinar qué perro es el que insistentemente lo hace en los elementos comunes, no es solución. Ya me imagino a los perros del edificio en fila en el portal, y bastoncillo en mano, recorriendo hocico por hocico recogiendo epiteliales y demás fluídos del chucho. EL CSI ha hecho mucho mal.
Esto vale también para los que escupen en el ascensor, que lo de hacer la gracia de a ver quién orina más lejos o quien escupe más largo es simpático a los 6 años, a partir de ahí, ni pizca de gracia, oiga.

6.- Norman Bates existe. Una de las peores cosas que me ha pasado es la señora muerta en el sofá desde hacía 25 días y el mal olor del portal. Cuando vienen tus vecinos a quejarse del mal olor de escaleras y descartas un atasco, lo que menos te puedes imaginar es que hay un cadáver en el edificio y el hijo está con su madre muerta, sentado en el sofá viendo la televisión. Que hayan tenido que entrar los bomberos a sacarla, en un avanzado estado de descomposición y que los vecinos te piden quitar aquel olor del cañón de escalera porque allí huele a muerto, literalmente, no viene en ningún manual de buen gestor. No sé si el limón o el pino mitigan eso. Más bien una empresa especializada en limpiar escenarios, que no sé por donde buscar y a ver en que letra se ubica en las páginas amarillas.

7.- ¡Esto es un secuestro!. Cuando uno llega a la oficina, espera escuchar mensajes típicos en el contestador “ no me funciona el telefonillo” “ la televisión no se ve” “ hay un atasco del carallo en la arqueta”…pero no que unos elementos han entrado en una vivienda con el engaño de ser una empresa de mudanzas, han amordazado a una señora, secuestrado a su perro y que piden un rescate. Miras el calendario y ves que no es 28 de Diciembre. No sabes si reír o alucinar. Para todos los que os estéis mordiendo las uñas, decir que tuvo final feliz, que la señora salió indemne y el perro fue felizmente liberado. Cosas veréis que no creeréis.
Moraleja: cuando te timbren y no sepas quién es, no abras. Principio elemental básico.

8.- El sibilino y “cortaorejas”. Los que me conocéis,sabéis de quiénes hablo. Son dos elementos que se parecen al Gordo y el Flaco. El sibilino es el gordo, le faltan los dientes de delante, tiene las uñas muy largas, según sea verano o invierno, lleva gabardina tipo Colombo o abrigo gris. Habla bajito, con frases alambicadas y usando expresiones de castellano antiguo, pero con un gran componente de maldad que denota la pésima persona que es. Y el otro, su cliente, es un lerdo menudo, al que le faltan tres hervores y medio, pero que maquina maldades para joder al prójimo cuanto puede. Le llamamos “cortaorejas” porque fue peluquero y un día casi le corta la oreja a un cliente ( dicho por él mismo) por los nervios. Estos dos son capaces de ir a Estrasburgo para reclamar un buzón y un timbre. Y luego dicen que ya no se apela por las tasas….eso es que no les conocen.

Hay la versión femenina ( en este caso, la querulancia respeta la paridad) que es una señora de metro y medio, con mucha maldad para tan poca estatura, que roba las cartas de los buzones con las pinzas del churrasco ( que son bien largas y entran estupendamente en la boca del buzón) para cotillear informes médicos de los vecinos, que ya sabemos lo importante que es que la del 5º tenga hongos vaginales o el del 2º le funcione mal la próstata, para el funcionamiento de la comunidad.

9.- El que se queja por todo. Sí, hay quejicas profesionales. Llegan previo a la  junta, se quejan del gobierno, del tiempo, de lo mal que está el mundo…para seguir con las cuentas, el gasto ( suelen ser de la virgen del puño) con la cuota, con que el presidente no ha hecho nada, el administrador tampoco, que los vecinos no dan los buenos días…y así hasta “ruegos y preguntas” que te dan ganas de darle un kleenex y llorar con él, que la vida es chunga porque alguien lo ha querido así.

10.- Actividades molestas. Esto merece varios apartados:
a.- Música: Hay quien no soporta la música alta. Yo lo comprendo. Pero que un sábado te llamen al móvil ( bendito el día que lo suprimí), a las 20.00 de la tarde, y tú en el cine, para decirte que padece del corazón y la vecina de arriba tiene la música alta es para mandarles a tomar por donde amarga el pepino. Una cosa es música alta  de forma constante y a altas horas y otra que uno no pueda ponerla un sábado a las ocho de la tarde. Y te dan ganas de decirle que llame a la Municipal, que midan los decibelos y si siguen con el Caribe Mix 25, se una a la fiesta, que ya de jodidos, al menos, bebidos.


b.- El follador-vividor. Este país, eso de la efusividad sexual, no lo lleva bien. Es queja reiterada. Sobre todo se quejan de ellas, que las mujeres siempre hemos sido más extrovertidas y menos pudorosas para mostrar “el sentimiento”. Que si gritan, que si se sienten la cama, que si lo hacen a las tantas de la noche…A mi no me sorprenden que griten, o hagan ruído, en realidad me sorprenden que lo hagan, máximo de madrugada. ¡Qué energía y buen humor! Con lo mal que dormimos los españoles y cuando consigues pegar ojo, hay alguien que te despierta para hacer ejercicio! Pa darle de hostias de dos en dos hasta que salga impar! . Suelo preguntar a qué se dedican los ruídosos-amorosos, más que nada porque deben tener un trabajo creativo y tranquilo, de 8 horas, para tener luego ganas de achuchón. Mal va la cosa cuando se pasan de la raya, o con la Viagra, y montan el numerito de venirles a buscar en ambulancia a las 6 de la mañana. Así no hay quién compita!.
Mi recomendación es que les feliciten en el ascensor, a ser posible, delante de gente. “ vaya noche, quedaste bien contenta! Se te nota en la mirada que eres una mujer bien f……”. Y nada, a tomar ejemplo.

c.- Defecar en plaza de garaje. Esto sigue siendo un misterio. Alguien ( no digo algo, porque al parecer expertos de criminalistica han determinado que son “restos” humanos) que defeca en una plaza de garaje en concreto. Un día, pase, te da el apretón, no hay baño cerca…aunque bien podía recoger el zurullo, pero no, lo repite una y otra vez. Solución: no es poner una cámara de vídeo de visión nocturna. A lo mejor una fotocélula que detecte al “caganer” en el momento de bajarse los pantalones, puede ser suficiente para cortarle el rollo.

d.- Rociar con lejía la ropa, pasar el aspirador a horas intempestivas, tirar colillas o papeles en llamas por el patio de luces, dar de comer a las gaviotas, los gatos….en fin, que esto puede ampliarse según la ocurrencia de usuario y vecino.

11.- Dime quién eres. Lo más extraño que nos ha pasado. Un señor, alias “el pelos” está empeñado en que mi compañera Verónica se llama Marisa y es la chica que cuída a su hermana y quiere quedarse con su dinero. Asi que periódicamente, pasa por la oficina, le grita, monta el numerito y nos deja ojipláticas con sus desvaríos. Lo mejor es cuando le pides educación y respeto y te suelta lindezas tipo “ pues tú tienes la educación en medio de las piernas”.

12.- Viva Rusia. Yo respeto los estilos en la vestimenta que allá cada cual. Pero hay un señor que viene vestido con abrigo de visón que le llega a los pies, gorro de visón tipo ruso y las uñas pintadas de rojo. En primavera, se las pone de color rosa. Que se ve que le va la piel, porque cambia el visón por chaqueta y pantalón de cuero cuando empieza el calor.  El poliéster no es para él.

13.- Junta de pijama. Para terminar este anecdotario, contaré que en este universo de gente dispar, una se contagia y hace cosas extravagantes, como asistir a una junta en pijama. En realidad, la cosa era más simple. Se trataba de una junta en el portal, un frío mes de Enero, y yo estaba trabajando en casa en pijama. Habida cuenta que era en el portal y yo estaba bien calentita, pensé, tonta de mi, que total, no se me iba a ver el pijama de Mafalda que llevaba y  me puse una chaqueta y un pañuelo, y por encima el plumífero. Y allí fui yo, aparentemente decente, a la junta. Cuál es mi sorpresa que la junta no se hace en el portal sino en el piso de un vecino. Entonces empiezo a pensar qué excusa pongo para no quitarme el plumífero, que soy friolera, que la humedad, que es una casa antigua…oh, sorpresa, entramos en el piso, 35º a la sombra…” ponte cómoda” me dice el vecino hospitalario a lo que yo pensé “ si me pongo más cómoda, te pido unas pantuflas”. Asi que me tuve que poner de manera estratégica el pañuelo, apoyarme en la mesa comedor para que no se moviera y se viera la enorme cara de Mafalda con ribete rojo de mi pijama. Sudé como una mona, pero nadie pareció darse cuenta.

Y esto es todo, de momento, que me queda más en el tintero, pero ya será otra historia. La vida, que es así, gente divergente que converge en este mundo puñetero y que a veces, te ríes, por no llorar. 


Se lo dedico a mis compañeras. Viva la gente paciente!






domingo, 18 de mayo de 2014

HOMENAJE A LUIS PÉREZ TABOADA

"No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.

La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un GALLEGO tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos."


ALMA AUSENTE- FEDERICO GARCÍA LORCA



Nos dejaste un soleado día de primavera y la calidez del sol, mutó en un frío viento del norte. Se nos helaron las manos, se nos humedieron las mejillas, y un nudo se apropió de nuestra voz, que incrédula, no podía articular palabra alguna, ni tan siquiera para despedirte en tu viaje definitivo.

 Sin embargo, imposible no recordarte sin esbozar una tímida sonrisa, porque así eras tú, un adulto que nunca dejó de ser niño y maquinaba alguna maldad inofensiva que nos hacía reír. No hay mayor complicidad entre las personas que compartir el sentido del humor.

En esta vida mezquina, que limita su tiempo a las buenas personas,  nos cruzamos con miles de almas y pocas son las que dejan huella. Tú nos la has dejado, con tu honestidad y lealtad, tu sinceridad inquebrantable, con tu corazón enorme que de tanto amor y afecto ( ya sabes, disimulando y como quien no quiere la cosa) se agotó muy rápido porque hay mucha necesidad, en este mundo, de gente como tú y tu capacidad para querer.

Hace unos meses, te dije que no me hicieras una putada, que ya había sufrido una pérdida irreparable y no quería perder a otra persona querida. Pero como siempre, hiciste tu voluntad, porque a terco no te ganaba nadie, y ahora me dejas, nos dejas, un poco más huérfanos, más solos, más tristes, aunque hemos aprendido a llorar con una sonrisa, sobre todo, lo hemos aprendido de ti, que ante la adversidad, eras capaz de hacer una ironía.

Te perdono porque sé que luchaste por estar bien, y me constan tus grandes esfuerzos por estar con nosotros, en estas tardes de cine, en esa cerveza de después, en esos viajes en los que disfrutaste como un niño deseando planificar otro. Nos quedó pendiente Estambul, pero iremos por ti, para que nuestros ojos vean lo que tú no pudiste ver, porque tenemos la obligación de seguir por ti.

Solo me queda el consuelo que, si es que hay algo más allá de este mundo hostil, estarás con mi padre y los dos velaréis por nosotros, y vuestros ojos azules serán este cielo despejado que nos sonríe en primavera y ese viento en la cara, será un saludo de buenos días cada mañana.

Prometo que brindaremos por ti con auténtico Vega Sicilia “especial para todos”, como tú querías y especial, como tú. Sé bueno, o no, ya sabes. Esto es solo un hasta luego, Luisiño, que ya lo decía Groucho “ Si sigues cumpliendo años, acabarás muriéndote”

Te queremos mucho. No nos olvides. Nosotros, a ti, tampoco. 

Vídeo gentileza de Jim Alegrías.







sábado, 5 de abril de 2014

LICENCIA PARA LLORAR



Cuando el imperio de la eterna noche
tome su vuelo para siempre mi alma;
cuando mi cuerpo exánime repose
bajo una lápida,
si por ventura os acercais un día
donde mi triste sepultura se halla,
humedeced tan sólo mis cenizas
con una lágrima.

Yo no deseo mármol...,monumento
que a la ambición la vanidad levanta:
manto suntuoso con que el necio orgullo
cubre su nada;
no darán sus emblemas a mi nombre
el falso orgullo ni la gloria vana;
lo que yo quiero, lo que solo pido
es una lágrima.

Lord Byron

Cuando naces, lo primero que haces es llorar. Inhalamos oxígeno, se llenan de aire nuestros pulmones, sentimos el frío tras la confortabilidad del útero materno y si fuéramos conscientes de todo lo que nos está pasando, sentiríamos un enorme desamparo por separarnos de nuestra madre.

 Lloramos cuando nace un niño, es la bienvenida a una nueva vida. Llora el niño al nacer y lloramos al final de nuestro recorrido, por lo que fuimos, por lo somos y por lo que ya no seremos, despidiéndonos de nuestros seres queridos, el adiós definitivo y la pérdida de nuestra existencia. Sin embargo, en el transcurrir de nuestra vida, evitamos hacerlo o lo hacemos en la intimidad, en soledad, cuando las emociones se desbordan por nuestros ojos y tras momentos de irascibilidad, una gran congoja nos encoge el corazón y asoma en forma de lágrimas.


Es curioso. Quedamos con nuestros amigos para compartir risas, y a veces, penas, pero parece que algo tan natural como llorar es antisocial. Queremos reír en compañía, pero nos escondemos para llorar, porque no está bien visto hacerlo en público. Es más, huímos de la gente, nos apartamos, porque las penas queremos soportarlas solos.

  
He pasado años sin derramar una lágrima, tal vez porque parte de mi escuela fue jugar en la calle, y ahí si te caías, te levantabas, a lo sumo te ponías Mercromina y bajabas de nuevo a la calle, con el gesto digno y sin mostrar dolor, para seguir jugando, mientras la herida hacía costra y curaba sola. Allí aprendías que las lágrimas no valen de nada, que nadie vendría a consolarte, que los fuertes no deben llorar, que la vida es saltarse estas licencias que te dan las emociones, ocultar el dolor tras una apariencia de impasibilidad y fortaleza. De adulta compruebo que pasa exactamente lo mismo. Cuando alguien parece que va a llorar, intentamos consolarle antes de que broten sus primeras lágrimas, le cogemos de la mano, le decimos palabras de consuelo para cortar el brote que está a punto de salir de sus ojos,  le abrazamos para evitar que haga lo que debiera ser tan natural como la risa. Pero es que las lágrimas, al igual que la risa, se contagian y a nadie le apetece que le recuerden sus penas, que la vida no es lo que una vez soñó cuando era niño, que a veces se te hace muy cuesta arriba, o que las angustias vitales las acallamos con drogas para levantarnos, para dormir, para no pensar o para no sentir. Las lágrimas que no derramamos se quedan ahí, bajo la Mercromina, haciendo costra, pero con cicatrices. Pero esos recuerdos permanecen latentes esperando a que algo o alguien habrá la espita, les dejen salir y liberarse.

En estos últimos tiempos, pese a los momentos vividos, he llorado poco, aunque mucho más que en años. Y sin embargo, lo que no lloro conscientemente, lo hago cuando asoma mi subconsciente al dormir. Entonces me despierto con la cara mojada y las lágrimas brotan sin pudor ni control, sin nada que las limite, ni las controle, sin el temor a mostrarse vulnerables y humanas, sin abrazos ni frases de consuelo que las amilane y evite, sin que mi consciente me diga que no se debe llorar porque así me lo enseñó la vida desde mi infancia. La vida, tantas veces desencanto, y no obstante, no nos da tregua para llorar, ni nos permite esa válvula de escape para sobrellevarla. No tenemos tiempo para pararnos unos minutos. Llenamos las horas de actividades frenéticas para acallar aquello que nos hace humanos, empáticos, vulnerables, sensibles, y sinceros.

Y sin embargo, deberíamos darnos licencia para llorar, la misma que nos damos para reír. Pararnos de vez en cuando, sentarnos a pensar, y por qué no, a llorar, solo o en compañía. No hay nada más sincero y que una más a las personas, que el compartir ese gesto, que sale de dentro, sin artificios ni poses, que alguien, con su mirada, también llore contigo.

 Dedicado con mucho cariño a mi amigo Miguel Núñez que es mi fan número uno.


sábado, 22 de marzo de 2014

¡ PERO TÚ ERES MUY SIMPÁTICA !




Hace bastantes años, en un pub de moda, un conocido me pidió que le presentase a una de mis amigas porque tenía mucho interés en conocerla, dado que mi amiga, palabras textuales, “estaba buenísima”. En el momento que me lo dijo, como disculpa por no tenerme en consideración, me soltó eso de “ pero tú eres muy simpática”.


Por aquel entonces, me pareció un piropo envenenado, el premio de consolación de quien no está a la altura ni despierta el interés del susodicho ( y eso que el tipo en cuestión, no me interesaba en absoluto) pero cosas del ego juvenil, no lo vi como un halago, sino como una puñalada trapera. No sé por qué, pero las mujeres muchas veces, nos hemos mirado de reojo, como si fuéramos rivales, con desconfianza, intentando competir por ser la más de lo más, de forma soterrada o evidente, pero sin duda, compitiendo por ser la mejor. La más inteligente, la más sexy, la más guapa, la mejor preparada, la que más trabaja, la que saca mejores notas…lo cual ha supuesto un grado de autoexigencia que, seguramente, ha derivado en esa “super woman” que todas pretendemos ser y que para soportar tal presión, superamos con creces, el nivel tolerable de equilibrio mental y físico.

Esta competitividad la he vivido, por desgracia, en varios trabajos que tuve antes de ser autónoma, donde la chica nueva ( o sea, yo) era una amenaza a la estabilidad del trabajo del resto de mis compañeras, entorpeciendo mi labor de colaboración o refuerzo, por el inmenso temor de que lo hiciese mejor que ellas. Y sin embargo, ahora que soy empresaria, trabajo con tres mujeres con las que me entiendo muy bien, trabajamos en equipo, sin celos, tensiones, y una grandísima complicidad, sin que entre nosotras haya ningún tipo de competición, sino una colaboración absoluta y apoyo emocional que nunca encontraré trabajando con un hombre.

Yo no creo en la rivalidad natural entre mujeres. Creo, en todo caso, que por inseguridad, exigencia social, presión por competitividad en un mundo de hombres, nos impide, muchas veces, comportarnos con aquella espontaneidad con la que nos buscábamos en los colegios para hacer grupos de chicas, contarnos intimidades, confidencias, tender lazos afectivos y apoyarnos recíprocamente.

He escuchado, muchas veces, en bocas de mujeres hechas y derechas, cómo era posible que su pareja la abandonase por otra, cuando ella era más guapa, más trabajadora, más inteligente. Supongo que, ante todo, debiéramos hacer una cura de humildad por creernos más que nadie. Está bien tener el ego saneado, pero no en exceso para caer en la vanidad, ni en defecto, para infravalorarnos.

Probablemente, la explicación más sencilla es que la rutina y el cansancio de estar durante años con la misma persona y la novedad, sea un revulsivo para la virilidad masculina o eso que se llama ilusión. Otra explicación pudiera ser, que en la vida, uno pasa por diversas fases, y las parejas evolucionan de forma diferente y aquella persona, que en otras circunstancias hubiera pasado desapercibida, llega en el momento oportuno de esa fase vital de cambio y cubre sus demandas afectivas.

Si algo he aprendido en mis 38 años es que tu pareja jamás satisfará todas tus demandas y exigencias, y que aunque sea tu compañero de vida, es necesario cerrar el círculo de necesidades con personas ajenas a tu relación. También he aprendido que en esto de los afectos, por mucho que trabajes, te esfuerces, te prepares, el cariño o el enamoramiento, no es una oposición que se saca como recompensa a tus muchos esfuerzos. Hay factores físicos, químicos, sociales, culturales y la oportunidad que hacen que esa persona se fije en ti o te tenga en consideración, aunque no seas un dechado de virtudes.

Así que hoy, si algún individuo como el de aquel entonces, me dice que me considera simpática, se lo agradeceré infinitamente. Entre otras cosas, porque no valorará si soy o no guapa, que ya se sabe que esto de la belleza es muy subjetivo y efímero, sino porque, tener sentido del humor denota inteligencia, sobre todo, cuando uno se ríe de sí mismo y de sus carencias, asumiendo que pese a los múltiples defectos, nadie se parece a otro y cada uno es único.

           

domingo, 16 de marzo de 2014

HASTA DONDE ESTÁS



Hoy amaneció con un sol brillante que anuncia la primavera, que desentumece los huesos y te hace sonreír aunque no quieras. Y hoy, fue un día de celebración. Mi padre hubiera cumplido 67 años. Asi que, aunque como bien escuché el otro día, uno nunca olvida, todos los días recuerda aprendiendo a convivir con el dolor de la ausencia, salimos a comer fuera para celebrarlo, tal y como él hubiera querido.
 Hoy le recordamos como era él, con su alegría inmensa, su buen humor, su valentía y dignidad ante la enfermedad en la que otros nos hubiéramos sumido en la oscuridad, el que bromeaba antes de entrar en quirófano diciéndole a la enfermera que no le afeitase, porque era metrosexual o cuando el médico le proponía una nueva prueba, más molesta que la anterior y le decía con su acento extremeño que nunca perdió “ Doctor, a mi ya me han hecho de todo menos la autopsia”.
Aquí dejo un vídeo con algunas fotos para el recuerdo, y de fondo, la impresionante voz de Josh Groban, que, para los que aprobamos inglés más o menos justito, dejo la letra traducida y que comparto absolutamente:

“Hasta donde estás

¿Quién puede decir con seguridad?
Quizá sigues aquí
Te siento a mi alrededor
Tu recuerdo es tan claro

En la profundidad de la calma
Te puedo escuchar hablar
Sigues siendo una inspiración
Puede ser

Que tu eres mi
Amor eterno
Cuidándome
Desde allá arriba

Vuélame hasta donde estás
Más allá de la estrella distante
Deseo en esta noche
Ver tu sonrisa
Aunque sea solamente por un rato
Para saber que estás ahí
A un respiro de distancia, no es muy lejos,
Hasta donde estás

¿Estás durmiendo tranquilamente
Aquí dentro de mi sueño?
¿Y no se la creencia de la fe
Que todo el poder no puede ser visto?

Mientras mi corazón te abraza
A solo un latido de distancia
Acaricio todo lo que me diste
Cada día

Porque tu eres mi
Amor eterno
Cuidándome
Desde allá arriba

Y yo creo
Que los ángeles respiran
Y que el amor sobrevivirá
Y nunca se irá

Vuélame hasta donde estás
Más allá de la estrella distante
Deseo en esta noche
Ver tu sonrisa
Aunque sea solamente por un rato
Para saber que estás ahí
A un respiro de distancia, no es muy lejos,
Hasta donde estás

Sé que estás ahí
A un respiro de distancia, no es muy lejos,
Hasta donde estás”


Feliz cumpleaños, monstruiño. Ni un solo día nos olvidamos de ti. Te prometo que intentamos cada día, vivir por ti. Te queremos.



miércoles, 5 de marzo de 2014

LA RESILIENCIA



“ No son los más fuertes de la especie los que sobreviven,
 ni los más inteligentes.
Sobreviven los más flexibles
y adaptables a los cambios”.
Charles Darwin, “ El origen de las especies”. 

Cada mañana, después de la ducha, me seco con esmero y especial cuidado la cicatriz de debajo del ombligo. Después de un mes, apenas queda una pequeña inflamación y una línea que cada vez se iguala más con el resto de la piel. Sin embargo, por dentro, las heridas llevan otro ritmo de curación, más pausado, más lento.

Todos tenemos alguna herida dentro que no acaba de curar. Probablemente, tenemos pendiente ese proceso de sanear y cicatrizar, de olvidar y perdonar, de superar y pasar página. El ADN define lo que somos, no quienes somos, que no deja de cambiar en función de los acontecimientos vitales que nos sorprenden cada día, que no dependen de nosotros, o sí, muchos sí, como férrea creyente del libre albedrío y de que todos tenemos absoluta libertad sobre nuestros actos, sin más límite que los prejuicios.

Durante mucho tiempo, pensé que aquellos que superaban las adversidades eran los más fuertes, los más estables psíquica y físicamente, los que no se daban licencias para flaquear. Esa estabilidad, muchas veces, es producto de una vida cómoda, carente de sobresaltos, sorpresas, de una plácida rutina que controlas y te da seguridad.
Sin embargo, el tiempo y el discurrir de la vida, me han demostrado que los supervivientes de toda desgracia, son aquellos que, como muy bien definía Darwin, mejor se adaptan a los cambios, que no se niegan a incorporar a su autobiografía lo acontecido, como defensa para mitigar el dolor que este recuerdo les causa. De repente, todo da un vuelco, la agenda cambia, y lo que hasta entonces estaba en equilibrio, se rompe, dejas de ser quien eras, te desprendes de aquello que eran los pilares de tu vida y se abre un abismo ante ti. No sabes si vas a poder superarlo en algún momento, y que, de tus actos en ese instante, dependerá tu futuro. Y lo superas, con cicatrices, aunque quisiéramos borrar ese golpe, esa muesca en nuestra integridad, y volver a ser como antes, cuando todo fluía con apacible normalidad.  Pero la cicatriz es el recuerdo tangible de que ocurrió y que nada volverá a ser igual. Con el tiempo se difumina, pero, aunque imperceptible, sigue estando ahí. A veces, curan en falso, y se quedan en un remoto lugar de la mente para martirizarnos de forma más o menos solapada y otras, se reactiva cuando el mecanismo de defensa no funciona. Pero en ese estado latente, nos causa un perjuicio cuando no la controlamos y ella se hace dueña de nuestra vida y nuestros actos.

 Las heridas cierran si queremos que lo hagan, si las desinfectamos con afectos, con fuerza de voluntad, con energía positiva, con admitirnos flaquear y caer para levantarnos, cuando lloramos y sacamos los temores, cuando nos concedemos la licencia de ser débiles y mostrarnos así. Lo contrario, es condenarnos a un ostracismo insuperable que te paraliza, agarrota, te impide crecer como persona y superar la adversidad.

Esta capacidad de adaptarse a los cambios, de recomponerse la definen en Psicología como resiliencia. Vivir implica la necesidad de adaptarse a los cambios, de ser consciente que nada permanece, que todo muta, que no hay valores ni principios absolutos y que las embestidas de la adversidad nos obligan a reconfigurar nuestra escala de valores.

Como decían en un episodio de una de mis series favoritas, CSI, “ lo que somos nunca cambia; quienes somos, nunca deja de cambiar”.


martes, 18 de febrero de 2014

EL VASO MEDIO LLENO


 
Cuando tenía 8 años, uno de mis libros favoritos era “Pollyanna”. Para aquellos que no sepan de qué va la historia, se trata de una niña huérfana que tiene que irse a vivir con su tía, una señora mal encarada y amargada, y cuya sobrina tiene una extraña virtud, ver siempre el lado positivo de las cosas. Esta exaltación de lo positivo a la mayoría nos chirría, porque por lo que general, invocamos a todos los santos a diario, juramos en arameo y somos más de la ley de Murphy. Probablemente tendemos hacia lo negativo, directamente proporcional al hecho de cumplir años y ver el lado oscuro de esto que es vivir.

No obstante, en estos días de paro forzoso he estado pensando (¿ qué otra cosa puede hacer una insomne incapacitada? ) que tal vez, la Ley de Murphy se cumple porque somos unos agoreros. Al parecer, según leí no hace mucho, el 80% de las cosas malas que tememos puedan pasar, nunca pasan, con lo que haciendo caso a las probabilidades, solo hay un 20% de que nos llevemos un disgusto y nos hemos agobiado por nada. ¿ cuántas horas de privación de sueño hemos padecido pensando en lo malo que puede pasar y luego nunca pasa? ¿ quién nos compensa esa angustia vital por un problema que a la luz del día no es tal? ¿ y esa opresión en el pecho, ese temor que te hace estar irascible y que no era para tanto?.

Así que, desde hoy, creo que voy a apartar todo pensamiento pesimista y negativo a fin de ver el lado bueno de las cosas ( a veces cuesta ) y neutralizar los principios de la ley de Murphy.

Hace unos días me he tenido que operar, y evidentemente, cualquier operación tiene su riesgo, dolor, molestias, pero también algo positivo:

1.- Diagnóstico.  Allá por Diciembre, cuando física y moralmente estaba bastante mal, me dice el médico que tengo que volver a operarme. Para las que somos adictas al trabajo, es una pésima noticia, pero el lado bueno es….tienes que descansar, sí o sí. Una oportunidad estupenda para estar días sin hacer nada más que preocuparte de ti misma.

2.- Depilación. El invierno, la falta de tiempo, el frío … ¿quién tiene tiempo para depilarse? Cuando tenías más pelo que Chewaca y te repetías aquello de “ el hombre como el oso, cuanto más peludo, más hermoso” vas y tienes que rasurarte todo. Una experiencia religiosa eso de no notar nada entre la ropa y tu piel. Metrosexual, cuando vuelve el hombre y las barbas como última tendencia, por ir contracorriente. Y la pedicura, que no queda bien eso de ir arañando al quirófano, que a saber en qué se fijan los médicos cuando estás inconsciente.

3.- Limpieza general. No de la casa, esa queda hasta que vuelen los pelusones, sino limpieza interior. Y para ayuda, Fosfosoda diluída en zumo de varios sabores, si bien sigue siendo vomitiva. El lado bueno es que te hace una purga espectacular, que de tanto que visitas el baño te parece imposible que quede algo dentro y solo falta que te salga un alien. Si la Preysler hace un día de dieta depurativa a base de zumo de Pomelo, yo no voy a ser menos. A ver si va a ser esto el secreto de su eterna juventud y no las operaciones estéticas.

4.- Un día entero sin tener que preocuparte de nada. Después de la operación, con la vía, 4 tubos conectados y la sonda, y tú, sin necesidad de moverte ni para rascarte la naríz. Esto pocas veces se da en la vida, ni levantarte para orinar, con el frío que hace !

5.- Escuchar tu música. Porque los insomnes momificados, dado que no podemos movernos, no podemos dormir, ni levantarnos a orinar, ¿qué otra cosa puedes hacer además de pensar y contar ovejas? Pues escuchar música a las 3 de la mañana. Una magnífica oportunidad para dar repaso a la música de los ochenta y bailar moviendo el dedo gordo del pie, al ritmo de Level 42, Mike & the Mechanics o Wax. Sí, Pablo, también escucho a Elvis, que ya sabes que yo soy muy ecléctica y me gusta un poco de todo ( menos Los Planetas).

6.- Recibir a más gente que en una recepción papal. En un hospital, jamás te quedas solo. Tu habitación es un trajín de gente desde las 7 de la mañana ( que si el suero, el antibiótico, el calmante), la limpiadora, la que hace la cama, la que cambia las bolsas, la que te trae el desayuno, el médico, la que te toma la tensión, la temperatura, la que te viene a ver si necesitas algo, la que te dice que camines para que no tengas gases…que digo yo ¿ no sería más divertido que quedasen todos en recepción y entrasen a la vez, en plan camarote de los hermanos Marx? . Que conste que se agradece el cariño y cuidados, pero intentas no desarrollar pensamientos maquiavélicos cuando te dicen “ tienes que dormir. Quieres algo para dormir?” “pero si no me dejáis, que esto tiene más ambiente que un concierto gratis en la Playa de Riazor !” Piensa en positivo, nunca estarás sola.

7.- Dolor de espalda. El primer día te hace gracia la cama articulada, no tener que moverte para nada. El segundo día, quieres calmantes para la espalda. Lo bueno es que cuando al día siguiente te dicen que tienes que levantarte ( ¿está loca? ¿Con toda la tripa llena de grapas?) te acuerdas de Rafaella Carrá “Ay qué dolor, qué dolor, dentro de un armario, que dolor !”. En el fondo, lo estás deseando. Porque la cama es alta, sino bajabas a rolos. Un alivio para tu espalda y tus riñones, que parece que les ha pasado un camión por encima y tiene forma de S. Otra cosa es el caminar, que no es nada elegante ni sensual, pero mira, en esta vida sobre valoramos todo, hasta los andares, qué carallo, una camina como puede, aunque sea un híbrido entre Chiquito de la Calzada y Robocop. Por otra parte, yo creo que la parte del cerebro que regula el dolor es masculina. Es imposible que te duelan dos cosas a la vez. Si te duele una parte más que otra, la otra quedas relegada a mera molestia. Comprobado.

8.- Ducharse. Esa actividad que hacemos todos los días y nunca valoramos. No hay placer mayor que el sentir esa cascada de agua desde la cabeza a los pies y no este invento de lavarse “por parroquias” que además de llevarte más tiempo, es un coñazo. Hay que volver a ser primitivos para valorar esas pequeñas cosas cotidianas.

9.- Ir al baño. Que conste que no hay mayor placer, una vez extraída la sonda, que el poder orinar en un wc. Ese invento llamado “ cuña” es lo más estimulante para levantarte de la cama, caminar como Chiquito, hacer aspamientos extraños como agarrarse a la rosca de la calefacción y al lavabo y poder orinar sola. Las mujeres lo tenemos mal para orinar en la cama, como casi todo.

10.- Tiempo para todo. Una no sabe lo que el día da de sí, hasta que tiene tiempo y tiempo. Puedes leer, mirar para el techo, dormir a ratos ( la espalda, esa gran maltratada), y engancharte a una telenovela. Porque ese mundo telenovelero es apasionante. Una chica torda y pobre que se enamora de chico rico y julai, que tiene una novia que es una chunga a la que no quiere, pero como es un pusilánime y la torda es tan buena que es tonta, prepara toda clase de maldades para separarlos. Y siempre hay un embarazo por medio, que digo que a esta gente habría que hablarles de la planificación familiar y las enfermedades de transmisión sexual, que no es posible que a las alturas que estamos, no sepan las consecuencias de sus actos. Los diálogos, de traca. Ojiplática me hallo.


11.- Dejar de ser Superman. Como dice mi amiga Ale, no soy Superman ( lo dice Doña Misola, que conste). Nadie es imprescindible, y el mundo funciona igual sin mi. Así que intentaré superar este defecto, relajarme todo lo posible y descansar, que ya no me acuerdo qué es eso.

12.- Una cura de humildad. Para las que somos superman y “misola”  creemos que no necesitamos de nadie porque somos muy resueltas y autosuficientes. El verte limitada para levantarte de la cama, no poder asearte sin ayudar, ni apenas caminar, es una gran cura de humildad para bajarnos a la tierra y recordar que todos necesitamos de todos, siempre, aunque estemos en perfecto estado físico. Y también nos sirve como estímulo para la recuperación. La autonomía es un gran valor, pero también conviene recordar que en diferentes etapas de nuestra vida, necesitamos de los demás. Y recibir cariño, cuidados y afectos, que en el día a día, nos deshumanizamos.

Así que os animo a ver el lado bueno de las cosas, el vaso medio lleno, no tomarnos la vida demasiado en serio ( ya lo decían los Monty Phyton en “ La vida de Brian”) total, no hay más broma que ésta de vivir para morirnos, pero mientras tanto, como la vivamos, es cuestión de actitud. Siempre habrá un lado bueno de las cosas, aunque a veces, nos cueste encontrarlo.