sábado, 26 de marzo de 2016

UNA VIDA, MUCHAS VIDAS


“Cada (tic-tac) es un segundo de la vida que pasa, huye, y no se repite.
Y hay en ella tanta intensidad, tanto interés, que el problema es sólo saberla vivir.
 Que cada uno resuelva como pueda”.
FRIDA KAHLO


Hace unos meses se me dio por ordenar un montón de fotografías que tenía desperdigadas en varios sobres con sus negativos. Por aquel entonces, no había la inmediatez de la foto digital ni las fotos de consumo de usar y tirar como ahora. Las fotos se sacaban en momentos puntuales, eventos sobre los que queríamos guardar un recuerdo, ya no digo para siempre, pero sí para la posteridad, la breve posteridad de lo que somos y dejaremos de ser algún día.

Revisándolas, en algún momento sonreí y en otros me pudo la nostalgia. Son segundos robados al pasado en los seguramente fuimos felices o al menos, lo intentábamos. Lo sorprendente es que apenas me reconocí en muchos de ellos. No soy la de entonces, nadie lo es, estamos en continuo cambio conforme pasan los años y los avatares de la vida nos van golpeando con más o menos fuerza para tener varias vidas en una vida.  Esos momentos parecen estar en compartimentos estancos donde empiezan y terminan, para a continuación, con algo más de sapiencia y menos inocencia, pasar a otro momento de nuestra vida. Pero a veces esos compartimentos interactúan y lastran, impidiéndote cerrar capítulos agotados que no llevan a ningún lugar. Jorge Bucay en su libro “El camino de las lágrimas”  habla de las pérdidas, del  duelo necesario para poder seguir con nuestra vida. Claro que cuando uno habla de pérdidas, piensa en alguien que ya no está porque se ha muerto. Sin embargo, pérdidas es todo aquello que dejamos atrás. Amigos, situaciones, afectos, trabajos, casas, ciudades, lo que fuimos y ya no seremos jamás. Amigos de nuestra infancia que no hemos vuelto a ver, cambios de centro de estudios, de ciudades, de retornos, de trabajos y compañeros. La vida está hecha de despedidas continuas, de principios y finales, de caminos y senderos más o menos complejos, de lágrimas y nostalgias, pero que suponen también nuevas oportunidades para explorar y seguir improvisando. Claro que a veces sería más cómodo tener un guión preestablecido que improvisar. Nos incomodan las sorpresas y nos gustan las rutinas, aunque éstas no nos agraden, tememos los cambios porque suponen un duelo, dejar lo que conocemos por un futuro incierto y sin plan B.

 Dejar el pasado duele. Duele y nos aferramos a él sin soltar el lastre porque lo pasado es conocido y lo que está por venir, no. Y ya no hablemos de una separación, del desamor. Cantaba Rocío Dúrcal que la costumbre es más fuerte que el amor.  La costumbre y el acomodo, viendo pasar el tiempo sin sorpresas, anestesiando emociones por el miedo al cambio, al temor al duelo, a recorrer el camino de las lágrimas. ¿A quién le gusta sufrir?.

A los que nos gusta controlar ( y odiamos descontrolar) nos ha costado mucho asumir que hay muchísimas variables imposibles de controlar con lo que descontrolaremos más de lo que nos gustaría. Cuestión distinta es cómo nos enfrentemos a ese descontrol. No obstante, nos frustramos y sentimos impotencia con aquello que no podemos cambiar. Cuando se le detectó el cáncer a mi padre, sentí el mayor miedo que he sentido en mi vida, impotencia, desazón, y un descontrol imposible de describir. Ya no era dueña de mis emociones, ni dependía de mi que se curase. Me tenía que resignar y ponernos en manos de otros, adaptarnos a una nueva rutina, exterior e interior. De repente te paras y piensas que lo que eras o creías ha cambiado radicalmente. Las prioridades cambian, la percepción del mundo también, de las personas, de los sentimientos. Y cometes el error de querer anestesiar el dolor que te embarga y te impide llevar una vida normal porque te aterroriza lo que puede venir o la posibilidad de perder a una de las personas que más quieres.  Es una realidad que no puedes cambiar ( esto sería lo primero que tendrías que asumir, no está en tus manos) pero sí puedes controlar cómo te vas a enfrentar a ella. Como bien describe el Dalai Lama “el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”.  El gran error que cometemos es negar ese dolor. Huimos. Huidas más o menos evidentes, silencios incómodos ( si no se habla, no existe), consumo de hipnóticos para dormir, ansiolíticos o antidepresivos para poder seguir viviendo, sin dolor, porque nos han vendido desde que nacemos que nuestro fin último en la vida es ser feliz, a costa de lo que sea, como sea y el dolor no forma parte de la ecuación de vivir. El que no es feliz es porque no lo intenta lo suficiente y hay que evitar todo aquello que perturbe este fin. 

Es imposible cerrar así esos compartimentos del pasado y seguir sin cuentas pendientes. Claro que para entender esto hay que pasar por momentos tristes y pérdidas que golpeen duramente nuestros cimientos que creemos imbatibles. Porque para resurgir tras un golpe, hay que pasar por él. Nadie aprende ni crece interiormente sin que un acontecimiento o circunstancia triste se produzca. Por eso a veces es bueno mirar el pasado para entender el presente y promover un futuro distinto. Yo solía mortificarme con los “ ojalá hubiera…” “ si en aquel momento hubiera hecho esto o lo otro…”. De nada vale lamentarse por algo que ya no puede cambiarse. Pero hay que pasar el duelo por lo que fue y se perdió para retomar el presente y saber que ahora sí se puede hacer lo que consideras necesario, ya no tanto para ser feliz, pero sí para alcanzar ese grado de plenitud que nos reconcilie con lo que somos y no tanto lo que quisimos ser. Si esto duele, aún hay esperanza, es que estamos vivos, y hay muchas vidas en una vida.